PIA SÁNCHEZ

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Tao Te King
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Acostumbrada como estoy al grueso libro que es mi Biblia, observaba entre mis manos el minúsculo Tao Te King, antes de comenzar a leerlo, con una cierta extrañeza, preguntándome: ¿Cómo puede el texto fundamental de una de las mayores religiones estar contenido en un puñado de páginas? Hoy vengo a reportar, amigo lector, que toda la sabiduría se ha concentrado allí, que nada falta, que algún majestuoso milagro ha logrado resumirla en una mínima expresión, sin perder por ello ni una pizca de su esencia.
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Pero debo admitir que el misterio que esconde este libro me pilló por sorpresa. Tratar de deducirlo con mis patrones mentales fue perder el tiempo. Lo intenté, no lo logré, le di la vuelta y volví a intentarlo, fallé de nuevo. Todo fue frustración hasta percatarme de que necesitaba una aproximación distinta. Pues de los textos sagrados que he tenido la fortuna de leer, el Tao Te King es el que con mayor ahínco permite a lo Divino quedarse en el misterio, no pretende extraerlo de allí para moldearlo (el barro dando forma al alfarero), no lo humaniza para su comodidad, no crea a Dios a su imagen y semejanza.
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De los textos sagrados que he tenido la fortuna de leer, el Tao Te King es el que con mayor ahínco permite a lo Divino quedarse en el misterio.
A Lao Tse no parece angustiarle la aparente falta de cercanía, la orfandad de la cual huye a toda costa el sujeto de otras religiones. El maestro chino asume su lugar en el cosmos, lejos de la tibieza de una mano paternal sobre su espalda y desde allí abre los ojos a su interioridad. No busca angustiado respuestas que no llegan, acepta con madurez el ser y el estar que le corresponde, sin pataletas, sin caer en la tentación de crear una aproximación de la Divinidad que lo conforte. Por ello es el Tao Te King un libro que exige madurez espiritual, no podemos aproximarnos a él portando aún el biberón y el chupete.
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Valiente Lao Tse, ¡valiente! Un sabio que no necesita un Dios paternal que lo reafirme y lo juzgue, que lo ame y lo reprenda. Una clara expresión del aplomo del Tao Te King es su parquedad, que le permite quedarse en un estado de mayor pureza, pues la mano del sujeto que lo escribe poca oportunidad tiene para mancharlo. Una parquedad que habla del puro y cristalino encuentro con lo Divino, limpio de humanidad que deforme con excesivas explicaciones la luz que intenta mostrarse.
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Es el Tao Te King un libro que exige madurez espiritual, no podemos aproximarnos a él portando aún el biberón y el chupete.
El Tao Te King nos invita a navegar por aguas cristalinas, infinitamente calmas. No hay en ellas ni un ápice de turbulencia. Y si nos asomamos desde su embarcación, para observar el caudal que nos lleva, sus diáfanas aguas descubrirán a nuestros ojos el cauce. El arroyo sigue allí, esperando generoso, pero a nadie se impone, sólo el sujeto que por su pie se acerca puede descubrirle. Es así como comienza nuestra travesía:
El Tao que puede ser expresado con palabras
no es el Tao eterno.
El nombre que puede ser pronunciado
no es el nombre eterno.
Lo que no tiene nombre es el principio del cielo y la tierra.
Lo que tiene nombre es la madre de todas las cosas.
La permanente ausencia de deseos
permite contemplar el gran misterio.
La constante presencia de deseos
permite contemplar sus manifestaciones.
Ambos estados tienen un origen común
y con nombres diferentes aluden a una misma realidad.
El infinito insondable es la puerta de todos los misterios.
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Tao Te King
Lao Tse
Ediciones Prisma
México, 1997