DE JEREMÍAS
- buscandoadiosps
- 15 abr 2022
- 4 Min. de lectura

Decía Pablo que para Dios no hay favoritismos (1), sin embargo, cuando leo la historia de David, encuentro un favoritismo que me parece bastante obvio. Dios se desvive por ese hombre, entre las líneas de su historia creo deducir un trato distinto, especial, como si lo mimara. Bueno, no me quejaré demasiado, a mí Dios también me mima, prácticamente me malcría, pero eso es harina de otro costal... Hablaba de lo que siempre me ha parecido un trato preferencial de Dios hacia David para contarles de mi propia preferencia hacia uno de los profetas más poderosos del siglo de oro de esta dinastía: el profeta Jeremías, hacia quien yo declaro aquí mi más absoluto favoritismo. El trato de Dios hacia el profeta, sin embargo, habla de otras cosas. Hacia este sufrido hombre, a quien las penurias de su patria, Israel, le duelen como si fueran las de un hijo, Dios no parece tener demasiada consideración.
Ser profeta era en sí una tarea complicada, no hay ninguno de ellos, desde Moisés hasta Juan el Bautista, cuya vida no estuviera plagada de penurias debido al cumplimiento de su ineludible labor. Dice mi Biblia (Dios Habla Hoy) en la introducción del libro del profeta: Jeremías fue todo menos un profeta popular. Al contrario, padeció una oposición que llegó hasta la violencia. Esto no ha de sorprendernos, anunciar el desastre que desobedecer a Dios acarrea nunca ha sido un mensaje popular. Desafortunadamente para el profeta, intentar oponerse a Su mandato tampoco le servía de nada:
Si digo: «No pensaré más en el Señor, no volveré a hablar en su nombre», entonces tu palabra en mi interior se convierte en un fuego que devora, que me cala hasta los huesos. Trato de contenerla, pero no puedo. (2)
Unamuno, aunque refiriéndose a Don Quijote, nos explica muy bien la situación que mi amigo encaraba:
Cosa tan grande como terrible la de tener una misión de que sólo es sabedor el que la tiene y no puede a los demás hacerles creer en ella; la de haber oído en las reconditeces del alma la voz silenciosa de Dios que dice: «tienes que hacer esto», mientras no le dice a los demás: «este mi hijo que aquí veis tiene esto que hacer». Cosa terrible haber oído: «haz eso; haz eso que tus hermanos, juzgando por la ley general con que os rijo, estimarán desvarío o quebrantamiento de la ley misma; hazlo, porque la ley suprema soy Yo que te lo ordeno». Y como el héroe es el único que lo oye y lo sabe y como la obediencia a ese mandato y la fe en él es lo que le hace, siendo por ello héroe, ser quien es, puede muy bien decir: «yo sé quién soy, y mi Dios y yo sólo lo sabemos y no lo saben los demás». Entre mi Dios y yo —puede añadir— no hay ley alguna medianera; nos entendemos directa y personalmente, y por eso sé quién soy.
Así como Don Quijote, Jeremías también sostenía un diálogo cercano y honesto con Dios, una comunicación directa y personal que le hacía ser quien era:
Señor, si me pongo a discutir contigo, tú siempre tienes la razón; y sin embargo quisiera preguntarte el porqué de algunas cosas. (3)
Estas palabras de Jeremías me llevan, literalmente, de la risa al llanto. Encuentro llena de ternura la manera infantil como el profeta se aproxima a Dios, como un hijo que hiciera pucheros frente a un padre amoroso. Estas frases de niño entristecido encierran hermosamente la intimidad de dos, el profeta le habla a su Creador con una confianza que me desarma, sin pretensión ni pose, en una comunicación abierta.
Pero este hombre, que tiene a Dios como su amigo personal, nos confiesa que no posee todas las respuestas, se frustra tanto como nosotros contemplando injusticias que no entiende. Reclama una respuesta a ese viejo amigo que sabe que le escucha, aun consciente de que esta probablemente no ofrecerá las explicaciones que él espera (¡¿Cómo no acordarse de Job?!, ese otro gran amigo de Dios cuya prueba fue mucho más dura):
¿Por qué les va bien a los malvados? ¿Por qué viven tranquilos los traidores? Tú los plantas, y ellos echan raíces, y crecen y dan fruto. De labios para afuera, te tienen cerca, pero en su interior están lejos de ti. (4)
Sin embargo, hay algo en la lucha de estos hombres que se nos escapa, una enseñanza escondida que se nos pasa por alto. No radica en su fe, ni en su fortaleza, sino en su debilidad: en su queja, que supieron dirigir a Dios y no al mundo, a donde no fueron a buscar respuestas. Con el pecho adolorido, incluso con la convicción de que no serían respondidos, llevaron su reclamo al único que podía consolarlos:
Tú, en cambio, Señor, me conoces; tú me ves y sabes cuáles son mis sentimientos hacia ti. ¡Llévate a esa gente como ovejas al matadero; márcalos para el día de la matanza! ¿Hasta cuándo va a estar seca la tierra y marchita la hierba de los campos? Los animales y las aves se están muriendo por la maldad de los habitantes del país, que piensan que no ves lo que ellos hacen. (5)
Ante Dios, el profeta no tiene máscaras ni poses (¿de qué le servirían?), su interacción con Él es honesta y sin tapujos. ¿Y no es esta la misma honestidad de diálogo que se nos exige, a ti, amigo lector, y a mí: un diálogo honesto con Dios, no una salmodia sin sentido?
Antes de cerrar, te dejo el regaño que, como respuesta, recibe mi pobre Jeremías de Dios:
Si tanto te cansas corriendo contra gente de a pie, ¿cómo podrás competir con gente de a caballo? En terreno seguro te sientes tranquilo, ¿pero qué harás en la espesura del Jordán? (6)
(1) Romanos 2:11 (NVI)
(2) Jeremías 20:9 (DHH)
(3) Jeremías 12:1 (DHH)
(4) Jeremías 12:1-2 (DHH)
(5) Jeremías 12:3-4 (DHH)
(6) Jeremías 12:5 (DHH)
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