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PEQUEÑO TESORO (Mateo 5:8)

  • buscandoadiosps
  • 19 sept 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 feb



Aunque lo que escribo pueda acabar en libros o en la red donde otros al leerlo se hagan partícipes de la conversación de una, para mí, la escritura, más que un medio para transmitir ideas, es principalmente un lugar de sanación y de reflexión.

Hace algún tiempo, releyendo las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), me quedé, como siempre, sintiendo que tras cada una de ellas había un universo infinitamente mayor al que yo había logrado vislumbrar. Queriendo meditarlas, me propuse escribir breves historias que pudieran explicármelas mejor.

Hoy quisiera compartir contigo, amigo lector, una de ellas.



Bienaventurados los limpios de corazón,

porque ellos verán a Dios.


Mateo 5:8



Las niñas pasean por la playa jugando con las olas que mojan sus pies, ríen felices tomadas de las manos, sus ligeras almas carecen de peso que las ancle.

El mar trae dos regalos que posa ante ellas, curiosas observan las deformes conchas y sus deditos se acercan temerosos a tocar el áspero exterior. El mar amenaza con llevárselas y para no perderlas las toman en sus manos. Resguardándolas en ellas corren a mostrarle al abuelo sus tesoros.

— ¡Son ostras! —celebra el abuelo—, muy buenas con un poquito de limón —afirma mientras las niñas con su ceño desaprueban.

El abuelo ríe, entretenido por la reacción de las nietas, continúa.

— Pueden tener perlas adentro —sugiere deseoso de que esta nueva estrategia les resulte convincente.

— ¿Qué son perlas? —preguntan las niñas desconfiadas.

— Son hermosos tesoros que guardan las ostras para niñas lindas como ustedes.

El abuelo descubre, en los ojos entusiasmados de sus nietas, que esta vez ha ganado su argumento y busca con prisa su cuchillo antes de que las niñas se arrepientan; pero sabiendo que es virtualmente nula la probabilidad de hallar una perla en las ostras que se dispone a abrir, comienza a elucubrar un plan para contener las lágrimas que de sus ojos espera.

La primera concha se abre y las niñas descubren decepcionadas que el molusco en su interior no resembla el tesoro imaginado. El abuelo hurga un poco con el cuchillo pretendiendo buscarlo y para su sorpresa percibe una dureza entre las blandas carnes del animal. Es una hermosa perla. Las niñas lo celebran, una de ellas la toma entre sus dedos y la coloca en la palma de su mano para observar su nácar que brilla con el sol.

La otra niña se vuelve hacia su abuelo y le exige que abra su ostra. Este, sin salir de su asombro, coge de nuevo su cuchillo y se dispone a abrirla convencido de que en esta no encontrará perla alguna. La ostra se resiste, pero al abrirse se puede adivinar el pequeño bulto que esconde el molusco. Ante los abismados ojos de su abuelo, la niña, con sus dedos, saca otra hermosa perla.

Al volver a casa les muestran entusiasmadas las perlas a sus padres, luego, cada una en su habitación, busca un lugar especial donde ponerla. Una decide guardar la suya en una mota de algodón y esconderla en un lugar seguro donde nadie pueda hurtarla, donde no se ensucie, donde no se rompa. Su hermana, por el contrario, decide dejarla sobre su mesita de noche, aunque expuesta, allí la puede ver.

Pasados los meses una perla sigue a salvo dentro del algodón; la niña piensa en ella con frecuencia y la saca de su escondite para admirar de nuevo el brillo de su nácar contra la luz del sol. La otra perla sigue sobre la mesita de noche, se ha cubierto de polvo, libros y juguetes a los que ahora les toca el turno de ser el más preciado tesoro.

Al pasar los años, la niña, ahora adolescente, decide sacar su perla de la mota de algodón y ponerla en un colgante para llevarla siempre cerca de su pecho. Al mismo tiempo, la otra perla es encontrada casualmente en el fondo de una gaveta, está sucia y rota, el brillo de su nácar no se aprecia, la joven decide guardarla en un cofre opulentamente decorado que conserva en lo alto de su estantería.

 

Las hermanas se encuentran al amanecer en la misma playa, ante el mismo mar, una de ellas lleva un hermoso colgante que decora su pecho, su hermana observa la perla con tristeza.

— ¿Dónde está tu perla? —pregunta la mujer del colgante— ¿Qué has hecho con ella?

 Su hermana no contesta y continúa su camino hacia el oeste.

La mujer del pendiente la ve alejarse por unos segundos, luego, dándose la vuelta, sigue su camino hacia la luz.

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