COLOQUIO BAJO EL LAUREL
- buscandoadiosps
- 22 nov 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 ene 2022

En mi triste y lejana Venezuela ─que debo confesar despierta en mí una mezcla de nostalgia y resentimiento─ hay un hombre que se hace viejo en mi ausencia, un hombre cuya casa no he visitado en tantos años que da vergüenza admitirlo, un hombre que me ama como nadie en este absurdo mundo jamás me amará, un hombre para quien soy aún una niña pequeña de cachetes inmensos y ojitos traviesos que corre hacia su abrazo: mi padre. Este poderoso caballero andante que me salvó tantas veces ─y sin saberlo─ de las fauces de la tristeza, es responsable único de mi amor hacia el gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco. Fueron miles las veces que de sus labios oí los versos del poeta, que viviendo en su corazón volaron hasta el mío.
Quiero que me cultives, hijo mío, en tu modo de estar con el Recuerdo, no para recordar lo que yo hice, sino para ir haciendo. Que las cosas que hagas lleven todas tu estampa, tu manera y tu momento.
Para mi padre, los hijos son el mayor y mejor de los regalos y de ellos recibió casi una docena (con el salmista, él canta: “Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que hinchió su aljaba de ellos”), es mi padre un hombre lleno de defectos que sin embargo supo criarme con la perfecta mezcla de ternura y rigor ─que nunca aprecié en mi adolescencia y que ahora que soy madre de dos me esfuerzo en replicar─, si pudieras observar su aindiado rostro de cacique severo, amigo lector, te costaría imaginar que oculta un corazón tan tierno.
Y cultiva mi amor con tu conducta y riega mi laurel con tus ejemplos.
Hoy leo a Andrés Eloy y veo también en él esa dualidad de padre severo y amoroso. Leer sus versos del Canto a los hijos, escritos desde el quebranto del exilio, aprieta con severidad mi pecho, resquiebra la coraza con que a diario visto mi vulnerable corazón y me reduce a lágrimas de niña inconsolable. Venezuela, ese país que ha sido alguna vez hogar de todos los aquí mencionados, estaba entonces sumergida en la misma triste realidad que vive ahora, lo cual hace su lectura aún más dolorosa.
Viviendo estás los años más sucios de la Historia, pero si sobrevives, será tu tiempo el tiempo de la bondad triunfante, de la justicia erguida, donde la voz alcance la libertad del sueño;
Bajo la angustia de esta realidad, el poeta se detiene frente a una encrucijada: el odio o el amor, y desde el tormento del exilio y la desolación, cuando su país se encuentra sumergido en la más terrible oscuridad, se levanta con valentía para mostrarle a sus hijos (no solo los de su carne, sino también aquellos que hemos sido adoptados bajo el mismo manto espiritual que le cubre) el estandarte del amor, de un amor inexplicable bajo sus circunstancias, que sólo la presencia de Dios puede aclarar.
para entonces, quisiera que fueras bueno y grande, que tu conciencia fuera, no de un hombre, de un pueblo, pero que tu grandeza fuera la cosa tuya y tu bondad la cosa tuya y de mi recuerdo. Tú eres el hombre, hijo, de la hora esperada, pero si has de creerme, la bondad es lo cierto, y para poseerla, precisa ser valientes; la bondad es lo dulce del valor y el respeto.
Allí no se detiene, no para allí su canto, extiende sus dos alas para elevarse al cielo, volando por encima de mundanos tormentos, para dar testimonio de la miel con que Dios su corazón alivia y que el poeta ─rompiendo el alabastro─ derrama también sobre sus versos.
Si alguien te pide tu sabiduría, dásela, aunque se niegue a creer en tu credo; si alguien te pide un pedazo de pan, dáselo y no preguntes bajo qué tienda va a comerlo; si alguien te pide tu amistad, dásela, aunque no piense como tu pensamiento: si alguien te pide agua, dásela y no preguntes si va a regar su huerto, si va a calmar su sed, si va a lavar sus manos, si va a ponerla en tierra para hacer un espejo. Para el bueno, la idea tiene el ancho del mundo y un pan es del tamaño del hambre del hambriento.
Luego de regalarnos en sus versos su ejemplo, escogiendo una senda cada vez más estrecha, invocando al amor y matando así al mal que quiere devorarnos, que quiere convertir esperanza en tormento, nos exige lo mismo, así como su Padre lo exigiera de él.
Como si fueras de cristal, realízate por dentro, como si un mundo de miradas te estuviera mirando, como si el pueblo tuyo te tuviera de espejo para que se peinaran sus hijos la conciencia mirándote el corazón entero. ¡Ay, la Patria y sus niños! mientras hablo, hijo mío, quiero besar a un niño de mi pueblo, con el sol de mi tierra entre sus ojos y el amor de mi madre entre mi beso.
Pero no olvida nunca aquel dulce maná que en su exilio fue sustento, que mutó tristeza en esperanza, que le mostrara un Reino más allá de este mundo, que fue agua de Vida a su seca garganta y de esta miel también comparte con nosotros.
La Verdad, sólo Ella en tu conducta, tan solo la Verdad en tu cerebro, pero que al corazón le quede algo de las dulces mentiras que te enseño; que en el profundo bosque son verdades las fábulas del tigre y el conejo; que el mundo tiene un pájaro que habla, un agua de oro, el canto de un madero y un corazón que marcha, sin mirar hacia atrás, hasta llegar a ellos; que ha de volver, sobre el caballo flaco, con Sancho al lado, el hondo caballero; que el día es del trabajo y del amor la noche, que no hay casa sin pan, que el hombre es bueno, que el pez navega por lo azul del agua y el ave vuela por amor al viento.