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DESPERTAR

  • buscandoadiosps
  • 15 ago
  • 2 Min. de lectura
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Desde siempre el ser ha estado escondido y por ello,

se ha preguntado el hombre a sí mismo acerca de él y ha preguntado.

¿Habría sido así acaso si él, el ser humano, no hubiera sentido en sí,

dentro de sí un ser, el suyo escondido?


María Zambrano



Un espíritu que existía antes de nosotros vino a habitarnos. En nosotros se posa, como un ave en un árbol, husmeando el horizonte, atento al lugar de su origen. Posado, como está, en lo más alto, recibe estímulos que confirman el aguardo: la presencia de una luz, la suave brisa, trae memorias de un tiempo infinito que le espera.

El sujeto, en cambio, siempre extraviado, busca ser. Intuye al infinito escondido entre sus pliegues. No logra contener su deseo y anhela atraparlo, hacerlo suyo. El ser, escurridizo, se le escapa, y la falsa realidad se impone secuestrándolo.

Un espíritu que existía antes de nosotros vino a habitarnos. En nosotros se posa, como un ave en un árbol, husmeando el horizonte, atento al lugar de su origen.

Al volver no lo encuentra, el ser parece haberse mudado a otras instancias llevándose con él la tibia luz, la suave brisa. El sujeto cae de nuevo en el letargo donde la falsa realidad, cantándole una nana, lo mece. El espíritu, en cambio, no se deja engañar. Sólo responde a estímulos que surgen en el principio, cuando la luz no era.

Esta falsa realidad se asemeja a la cara visible de la luna, redondez engañosa que nos embelesa en el plano aparente ocultando profundidades no visibles. Limitada visión que pretende ser un todo, que se empeña en ser protagonista, en no dejarse ensombrecer por esa dimensión oculta a los sentidos.

En la oración, despierto a la presencia del ser infinito.

La falsa realidad, con su visión, busca ser única, exclusiva, pretendiendo que la profundidad, oculta tras las sombras, no existe. La realidad, en cambio, es, con eso le basta, no puede negarse, realiza su quehacer sin endiosarse, sin vanidad. Realidad que quiere convertirse en verdad, para que trascendamos la imagen bidimensional que nos limita y vislumbremos secretas honduras.

Cuando me siento a orar intento abrirme a esa profundidad, intento revelarla, hacer que mis ojos, acostumbrados al reflejo adormecedor de la cara visible de la luna, se ajusten para distinguir lo que se oculta en las sombras, ese universo invisible a los sentidos.

Universo que requiere algo distinto para ser percibido, que no se entiende con ojos ni oídos, que no se descubre con tacto ni gusto, requiere de sensibilidades atrofiadas de no usarlas, que despiertan lentamente de su sueño.

En la oración, despierto a la presencia del ser infinito.

 
 
 

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