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DE LA MANO DE CARDENAL

  • buscandoadiosps
  • 19 ago 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 jul 2022


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Ernesto Cardenal. Getty images.

En una época de mi juventud, cuando el tiempo me sobraba, tuve como pasatiempo la pintura. Este breve tanteo me permitió apreciar cuánto cambian nuestros ojos cuando les permitimos observar, cómo se ajustan para ver colores de manera distinta, para llegar a notar formas, tonos, perspectivas y sombras que antes pasaban desapercibidas.


Más recientemente me he visto forzada a aventurarme en la fotografía, cuando lancé el proyecto en las redes sociales y necesitaba un banco de imágenes en el cual apoyarme. De nuevo, la experiencia le permite a mi mirada transformarse, a medida que aprende otra vez a observar. Una pequeña hormiga trabajando azarosa, una hoja seca que se desprende de un árbol y cae apresuradamente, son ahora visibles.


Este cambio de enfoque ocurre también cuando Dios se apodera de nosotros, cuando deja de ser una visita dominguera para convertirse en nuestro día a día. Bajo Su tutela, nuestra nueva manera de mirar es el amor y es esta la vida a la que nos invita Ernesto Cardenal en su libro Vida en el amor; hoy quisiera contigo, amigo lector, ahondar en algunas de las sublimes verdades que bajo esta nueva óptica explora el poeta.


Nada puede escaparse de Dios.


Con las gafas del amor puestas y ajustadas, Cardenal observa a su alrededor y cada imagen le devuelve la imagen de Dios, Su mano y Su propósito. La naturaleza ahora le ofrece una belleza distinta, caminar en ella es como pasearse en Dios: En toda la naturaleza están las iniciales de Dios, y todas las criaturas son cartas de amor de Dios para nosotros. Son llamaradas de amor. La naturaleza toda está inflamada de amor, creada por el amor para encender el amor en nosotros. (…) La naturaleza es como una sombra de Dios, un reflejo de su belleza y un resplandor.


Este descubrimiento le revela que nada ni nadie puede escaparse de Dios, que Él todo lo abarca, que nos tiene inevitablemente rodeados. Vivimos acorralados por Dios, detente un momento a sopesarlo, de otra forma ¿cómo nos sostendríamos? Negarle es negarnos a nosotros mismos pues nuestra existencia sin Él pierde su lógica: ...todo mi cuerpo ha sido hecho también para el amor a Dios. Cada una de mis células es un himno al Creador y una constante declaración de amor.


Dios es la Nada y el Todo, la Luz y la Tiniebla.


Esta mirada de amor no sólo transfigura nuestro entorno, nos cambia también la imagen de Dios. Dios no es ya un ser antropomórfico que puede contenerse dentro de los delirios mundanos de la idolatría religiosa. Nuestra incapacidad para abarcarlo se hace tangible y nos confunde, miramos con vértigo Su abismo y nos percatamos de que Dios no es la fábula infantil que nos contaron. Es así como lo describe Cardenal:


Dios es no solamente luz, sino también tinieblas. El concepto de la «Nada» que los ateos tienen de Dios es lo mismo que los místicos han conocido de Dios, pero experimentalmente: han tenido una experiencia personal de esa Nada, han comprobado que es un abismo sin fondo de dulzura y amor, y han sentido su caricia y su beso. Dios es luz y tinieblas juntamente.


David parece secundarlo:


Y, si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz! (Salmos 139:11-12 (NVI))


Toda la creación clama a Dios


El coyote cuando aúlla solitario en la noche, aúlla por Ti. Y por Ti grita la lechuza cuando grita en la noche. Y por Ti arrulla dulcemente la paloma y no lo sabe; y cuando el ternerito tierno llama a su madre, es a Ti a quien llama (…)


Esta sed que hay en todos los seres es el amor a Dios. Por este amor se cometen todos los crímenes, se pelean todas las guerras y se aman y se odian todos los hombres. (…) Todo acto humano, aún el pecado, es una búsqueda de Dios: sólo que se le busca donde no está. Porque lo que se busca en orgías, en fiestas, en viajes, en los cines, en los bares, no es más que Dios: que no se encuentra sino dentro de uno mismo.


El amor le permite al poeta, así como a nosotros, ver distinto no sólo al entorno y a Dios, también a su hermano. Ese clamar eterno del que habla Cardenal nos explica que aún el asesino y el tirano le buscan, sus endurecidos corazones hurgan en el poder y la venganza intentando encontrarlo. Malgastan vida rebuscando en el placer de lo mundano, convencidos de que debe estar allí. Nuestra nueva manera de mirar nos revela que nadie se merece nuestro odio, estamos todos sedientos de amor.


Somos unos desterrados de Dios, Él es la tierra prometida.



 
 
 

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