DE POESÍA
- buscandoadiosps
- 14 ene 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 19 feb 2022

Yo soy de las palabras, desde joven me persiguen, a ellas debo la sustancia y el contorno de mi alma. Descubrir, por ejemplo, en algún libro, un juego armonioso de voces que hagan danzar mi corazón, a lo que algunos llaman poesía, me resulta mucho más placentero que observar un bello atardecer o comer una caja de bombones.
Las palabras también juegan conmigo, sobre todo al escondite, ese eterno buscar y ser buscada, encontrar y ser encontrada por ellas. Hallarme en ellas es el pan de cada día. Así, podría citar tantos libros que han llenado mis días con sus bellas palabras, pero hoy quiero limitarme a uno solo, uno en el que quizás no pienses cuando tu alma te pide poesía: la biblia. Si, leíste bien amigo lector, la biblia (los libros de Dios) está llena de una magnífica poesía digna de los más prestigiosos premios literarios. No hablo sólo de El cantar de los cantares y los Salmos, cuya poesía es reconocida como tal aun por aquellos que no los tienen como Verdad, hablo de toda la recopilación de libros de Dios, en los que Su poesía se descubre con alegría entre los renglones. Cuando la encuentro, tal vez cuando menos lo esperaba, me convenzo de que Dios la puso allí para mi disfrute personal, como si no bastándole con darme su enseñanza quisiera además hacerlo excitando mi deleite, como un magnífico profesor, aquel que siempre recordamos, el que llenó nuestros días de escuela no sólo de normas y aritmética, principios y conceptos inmutables, sino también deleitó el aprendizaje con sus juegos y lo afirmó con sus imágenes.
¡Qué cante la biblia, qué cante!, que se escuche alto su trinar eterno, que encienda mi corazón con su poesía y se lo lleve volando hasta su Dueño.
No debería extrañarnos el encontrarla allí, pues el don de mostrar con palabras lo que se esconde en los recovecos del alma y sale sólo cuando un valiente guerrero, el poeta, se atreve a adentrarse en el laberinto para ir a buscarlo; el don de hacer con palabras melodías que desplieguen sus alas y se alejen llevando su mensaje secreto que será descubierto por un corazón dispuesto; el don de revelar el pecho entre versos, mostrándose desnudo y vulnerable, removiendo la máscara mortal y develando tras ella la belleza eterna; ese don, que el poeta ha recibido, es también un don divino.
Yo, por ejemplo, con mis parcas palabras, podría decirte hoy: Somos barro que moldea el Alfarero o hablarte de Sus manos invisibles que te forman, dejando sobre tu piel Su huella o contarte que un día escribí estos versos: «¡Oh!, cuando le descubro, cambiándome por dentro, moldeando con sus manos mi barro endurecido, esta confirmación es todo lo que encuentro: antes de que en mi vida fueras, ¡qué camino afligido!». Pero viene Isaías, profeta y poeta, y acalla mi estridencia.
¡Ay de los que, para esconder sus planes, se ocultan del Señor en las profundidades; cometen sus fechorías en la oscuridad, y piensan: «¿Quién nos ve? ¿Quién nos conoce?»! ¡Qué manera de falsear las cosas! ¿Acaso el alfarero es igual al barro? ¿Puede un objeto decir del que lo modeló: «Él no me hizo»? ¿Puede una vasija decir de su alfarero: «Él no entiende nada»?
Isaías 29:15-16 (NVI)
O podría quizás escribir un largo discurso, uno que tuviera miles de palabras, esforzándome en explicar por qué es mejor llegar a Él cuando se es joven, intentando imprimir en tantos la urgencia de no dejar a Dios para después, de descubrirlo cuando nuestros pies solo han dado algunos pasos sin aún extraviarse, cuando nuestras piernas se disponen a correr el maratón de la vida. En este esfuerzo desgastaría mi pluma, consumiría páginas y páginas, agotaría la tinta en mi tintero tratando de explicar lo que mi don no puede, ¿y para qué?, si está aquí Salomón portando en una mano el don de la sabiduría y en la otra el de la poesía, y de un plumazo lo dice todo:
Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: «No encuentro en ellos placer alguno»; antes que dejen de brillar el sol y la luz, la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes después de la lluvia. Un día temblarán los guardianes de la casa, y se encorvarán los hombres de batalla; se detendrán las molenderas por ser tan pocas, y se apagarán los que miran a través de las ventanas. Se irán cerrando las puertas de la calle, irá disminuyendo el ruido del molino, las aves elevarán su canto, pero apagados se oirán sus trinos. Sobrevendrá el temor por las alturas y por los peligros del camino. Florecerá el almendro, la langosta resultará onerosa, y no servirá de nada la alcaparra, pues el hombre se encamina al hogar eterno y rondan ya en la calle los que lloran su muerte.
Eclesiastés 12:1-6 (NVI)
Quizás antes de darme por vencida, mi arrogancia me convenza de que puedo hablar con autoridad del Amor ‒ que es hablar de Él ‒ dando un sentido testimonio de Su presencia en mi vida, buscando con ello demostrar cuan necesario es llevarlo siempre prendido a nuestro pecho, evidenciando con mi reflejo que aquellas palabras de Whitman eran ciertas, que aquel que camina una sola legua sin amor camina amortajado hacia su propio funeral, ¿pero para qué esforzarme?, si Pablo en su poesía lo dijo todo:
Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles,
pero no tengo amor,
no soy más que un metal que resuena o un platillo discordante.
Y si hablo de parte de Dios,
y entiendo sus propósitos secretos,
y sé todas las cosas,
y si tengo la fe necesaria para mover montañas,
pero no tengo amor,
no soy nada.
Y si reparto entre los pobres todo lo que poseo,
y aun si entrego mi propio cuerpo para ser quemado,
pero no tengo amor,
de nada me sirve.
1 Corintios 13:1-5 (DHH)
¡Qué cante la biblia, qué cante!, que se escuche alto su trinar eterno, que encienda mi corazón con su poesía y se lo lleve volando hasta su Dueño.
Posdata –
Preparando mi corazón para escribir este artículo releía retazos del libro Poesía ignorada y olvidada de Jorge Zalamea y no quisiera dejar de recomendárselos, pues el poeta, además de descubrirnos con paciencia y generosidad la sensibilidad de tantos hombres de todos los rincones y de todos los tiempos, también dedica parte de su libro a la poesía de la biblia, la cual acompaña y decora con la maestría de su prosa.



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