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EL CANTO EQUIVOCADO

  • buscandoadiosps
  • 20 feb 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 4 jul 2024


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Niña con globo. Banksy

Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón;

porque de él mana la vida.


Proverbios 4:23

(RVA)



Hay algunos que nacen sabios ‒son pocos, la generosidad de Dios no llega a tanto‒ y yo he tenido la bendición de conocer de cerca a uno de ellos: mi hermanita menor, a quien yo, de adolescente, cuando ella era sólo una niña, observaba extrañada sin poder explicarme el porqué de una madurez que no se alineaba con su escasa edad, algo así como vivir con Mafalda.


Los años no han hecho otra cosa que alimentar su sabiduría, esta especie de Yoda de 39 años, que parece haber nacido con una vida ya vivida que usa para iluminar la nuestra, me comentaba hace algunos años que ciertos poetas y escritores que tanto nos gustaban, hace mucho que la dejaban vacía, reconocía que le entregaban una especie de pasajero estremecimiento adrenalínico, pero tras él la nada, su alma permanecía desnutrida. A mí entonces me costaba entenderla, con la adrenalina aún recorriéndome las venas.


Leer es naufragar con ellos, asimilar una identidad de muerte encauzándose hacia la depresión y la derrota fácilmente justificables con la experiencia del vivir, pues no hace falta caminar muchos pasos para encontrar la pena.

Hablaba de poetas deprimidos que decoran sus cantos con sospecha y rencor, escritores quejosos para quienes no existe la esperanza (el hombre lucha solo su batalla perdida), bardos que afinan sus voces con melodías de odio y de desolación. No se trata de negar aquí su valor literario, que nadie lo niegue, amigo lector, pero este canto, que está enfermo y muere, no le da abrigo al alma desolada, no echa sobre sus hombros un chal de amor que la cobije, la observa penosamente prendida al borde del abismo, sus pies colgando ante el brutal vacío, y con sus versos ofrecen el último empujón.


Su lectura nos tienta a sumergirnos con ellos en la rabia y la tristeza, a asumirlas como propias, como reflejo de nuestra realidad. Son himnos majestuosos que saben asesinar esperanzas: matan a la semilla en el surco, secan cristalinos arroyos e incendian con odio fecundos pastizales. Leer es naufragar con ellos, asimilar una identidad de muerte encauzándose hacia la depresión y la derrota, fácilmente justificables con la experiencia del vivir, pues no hace falta caminar muchos pasos para encontrar la pena.


Luigi Pareyson, quien estudiara con ahínco la obra de Dostoievski ‒maestro de la filosofía de la tragedia que, sin embargo, en medio de su propia desgracia, supo tomar la mano de la esperanza‒ resalta que para el gran pensador ruso el término «idea» tiene dos significados totalmente opuestos entre sí. En el primer sentido, la idea es una semilla divina, planta del jardín de Dios sobre la tierra, realidad trascendente que vive en el corazón del hombre. En su segundo sentido, consiste en un producto del hombre errabundo y decadente: es en cierto modo nostalgia, anhelo y presagio de verdad, pero en realidad son tristes parodias deformes y a veces traicioneras.


Como este hombre errabundo, el cantor que destruye observa la vida sólo en su superficie, incapaz de descubrir y menos de contemplar en el caos terreno su oculta armonía. Resalta Pareyson que para Dostoievski, ideas divinas e ideologías mundanas se confrontan: palabra que edifica contra palabra que ahoga, verdades originales y profundas contra opiniones dispersas y dispersadoras en las que el espíritu humano se disipa y se anula.


Como antídoto al canto sin esperanza que denuncian Dostoievski y Pareyson, Thomas Merton nos invita a escuchar a William Blake, a quien considera rodeado de un fuego espiritual. Cuando lo compara con sus contemporáneos, los grandes románticos de finales del siglo dieciocho cuyas inspiraciones califica, en contraste, de débiles e histéricas, dice de ellos que, aunque sabían juntar palabras más perfectamente que Blake, (…) él, con todos sus errores de lenguaje, resultó el mejor poeta, porque suya era la inspiración más profunda y más sólida.


...es poeta imprescindible aquel cuyo canto logra atrapar la esencia de este dúo (Amor y Verdad), el que se deja preñar por ellos para parir Belleza, aquel cuyo único empeño está en buscarlos, incluso en la tragedia, consciente de que la felicidad también es posible, de que podemos conquistarla.

Este canto transforma corazones, entrega vida en vez de robarla, el sentido testimonio de Merton lo confirma: Al tiempo que Blake obraba en mi sistema, me hice cada vez más consciente de la necesidad de una fe vital y de la total irrealidad e insustancialidad del racionalismo muerto y egoísta que había estado helando mi inteligencia y mi voluntad durante los siete años últimos. Al finalizar el verano iba yo a formar conciencia de que el único modo de vivir era en un mundo que estuviese saturado de la presencia y realidad de Dios. (…) La vida del alma no es conocimiento, es amor, ya que el amor es el acto de la facultad suprema, la voluntad, por la que el hombre se une formalmente con el objeto final de todos sus anhelos ... por la que el hombre se hace uno con Dios.


Sólo el Amor y la Verdad logran transformar así el alma humana, trocando muerte en Vida ‒debo aclarar aquí que cuando hablo de la Verdad, no me refiero a la versión mundana ni a la farisaica, sino a aquella que nos enseña Unamuno cuando dice: todo es verdad en cuanto alimenta generosos anhelos y pare obras fecundas; todo es mentira mientras ahogue los impulsos nobles y aborte monstruos estériles‒. Es poeta imprescindible aquel cuyo canto logra atrapar la esencia de este dúo, el que se deja preñar por ellos para parir Belleza, aquel cuyo único empeño está en buscarlos, incluso en la tragedia, consciente de que la felicidad también es posible, de que podemos conquistarla.


Finalmente te entiendo hermanita, me resulta difícil mantener tu marcha, pero tus huellas siguen marcándome el camino.

 
 
 

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