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EL SUFRIMIENTO COMO BASE DEL ATEÍSMO – UNA APROXIMACIÓN DOSTOIEVSKIANA

  • buscandoadiosps
  • 21 abr 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 2 oct 2024


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Fiódor Dostoievski


La génesis de este artículo está en el libro de Luigi Pareyson titulado Dostoievski: Filosofía, novela y experiencia religiosa, específicamente su último capítulo, dedicado a examinar un concepto que el autor bautiza como el sufrimiento inútil. Como comento en mi reseña, Pareyson, a lo largo de su libro, se apoya en la obra de Dostoievski para traer a colación el pensamiento del maestro ruso, particularmente Los hermanos Karamázov y sus íntimamente detallados personajes le sirven de referencia, pues nos revelan con generosidad la búsqueda incansable del genial pensador. El libro de Pareyson me ha regalado largas horas de debate con ambos maestros, hoy quisiera, amigo lector, que me acompañaras en uno de ellos.


Las palabras de Iván Karamázov, el hermano intelectual y materialista, ofrecen el núcleo alrededor del cual orbita el último capítulo de la obra del filósofo italiano. Es él quien habla del sufrimiento inútil refiriéndose al de los niños, a quienes declara, dado su candor, libres de toda culpa y por ello injustamente castigados por Dios al permitir su sufrimiento en manos de los adultos. Sobre esta base se apoya Iván para izar la bandera de su rebeldía:


…por eso renuncio por completo a la armonía suprema. ¡Esta armonía no vale la lágrima de un solo niño martirizado que se golpea el pecho con su puñito y encerrado en un lugar inmundo reza a su «Dios» con lágrimas que no fueron redimidas! No vale porque las lágrimas quedaron sin redimir. Deben ser redimidas, en otro caso la armonía es imposible. Mas ¿con qué las redimes? ¿Es esto posible? ¿Vengándolas? Ahora bien, ¿para qué necesito que sean vengadas, qué me importa que los verdugos vayan al infierno, qué puede hacer el infierno cuando los niños ya sufrieron su martirio? ¿Y qué armonía es esta si hay infierno? Yo quiero perdonar y abrazar, no quiero que nadie sufra. Y si los sufrimientos de los niños sirvieron para completar el conjunto de sufrimientos que eran necesarios para comprar la verdad, de antemano afirmo que toda la verdad no merece ese precio.


Podría pensarse que estamos frente a un alma noble, que sufre viendo el dolor de un inocente y cuya empatía lo empuja hacia la rebeldía, pero sabemos que no es así, el personaje de Iván está claramente desarrollado por Dostoievski en su novela y una fraternal empatía no se cuenta entre sus méritos, más bien lo contrario. Pero este argumento le sirve a Iván para justificarse y, siempre y cuando alcance con él su cometido, ¿qué le importa si es verdadero o hipócrita? Iván lo que realmente busca es una excusa para negar a Dios y esta es tan buena como cualquier otra (¡cuántos Ivanes andan por ahí escondiéndose tras el mismo burladero!):


Afirma Luigi Pareyson que a Iván le basta la existencia del menor sufrimiento inútil para declarar el fracaso de la creación y denunciar su monstruosidad (…) Fracaso de la creación, absurdidad del mundo, inexistencia de Dios, son las conclusiones de la argumentación de Iván junto con ser tres expresiones que tienen un solo e idéntico significado. En efecto, si Dios es el sentido del mundo (y si se piensa bien, Dios no es otra cosa), una vez que se constata el fiasco de la creación y se reconoce la absurdidad y el sinsentido del mundo se deberá concluir que Dios no existe.


Dostoievski refuta la posición de Iván con los argumentos del padre Zósima que introducen en la novela el concepto de culpabilidad universal: todos somos culpables de todo ante todos, por ello todo sufrimiento tiene razón de ser. No me extenderé aquí en este tema, amigo lector, pues de ello te conversaba en una previa entrada del blog, sólo agregaré que el concepto de omniculpabilidad en el que se apoya Dostoievski surge directamente de una visión de la Creación como Unidad, en la que todos estamos íntimamente ligados los unos a los otros por un vínculo irrompible. Así, cuando Iván afirma que entiende que los adultos deban sufrir para redimir su propia maldad (ellos han comido la manzana), pero que el sufrimiento infantil no tiene justificación, confunde el candor en el niño, que es sólo el reflejo de un alma poco corrompida, con la carencia de culpabilidad, intenta ocultar con un truco de espejos y humo el vínculo irrompible que nos une.


La solidaridad innata a la Creación desarma el argumento de Iván y nos confirma que todos, tomados de la mano fraternalmente, mordimos la manzana al unísono. Con aquel mordisco cada hombre tragó también una semilla, que en el niño aún no ha germinado. Con su postura, en vez de negar a Dios, Iván se niega a sí mismo, al excluirse de la Unidad que somos.

 
 
 

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