HISTORIAS DE LOS ÁRBOLES
- buscandoadiosps
- 23 ago 2020
- 3 Min. de lectura

No sé si te pasa, amigo lector, pero a mí los árboles me hablan, me cuentan sus historias cuando paseo por el parque cerca de casa o cuando me adentro en la tupida montaña. Son muy entretenidas, quizás porque ellos han estado allí tanto tiempo y visto tantas cosas. Hoy te traje algunas que he alcanzado a copiar mientras me hablaban…
PARÁBOLA DEL ÁRBOL

La bendición de Dios me ha permitido vivir en un vecindario donde estoy rodeada de hermosos árboles que acompañan mi tiempo de oración. Los veo desde la terraza y son para mí hermanos y maestros, para mis ojos lugar de descanso y para mi alma fuente de reflexión.
El más cercano es un árbol de tupido follaje plantado en mi jardín al que le he gastado las hojas de tanto mirarlo y cuyo fruto no parece interesarle a ninguno de los muchos pájaros que veo volar de árbol en árbol.

Al otro lado de la calle, un inmenso eucalipto, que como una mano con los dedos muy abiertos parece saludarme, trae hasta mí su inconfundible aroma, y en enero, cuando se llena de flores y frutos, hermosos loris se pelean por posarse sobre sus ramas. Son tantos que su usual aspecto verde platinado parece tornar multicolor con el revuelo de las coloridas aves.
Yo me entristecía por el árbol de mi jardín, que solitario miraba al popular eucalipto adornarse en la otra acera. Nunca he visto un pájaro acercarse a él, Dios le ha dado un fruto despreciable, la única compañía que le conozco es la ocasional zarigüeya que lo usa meramente de puente entre mi casa -su hogar- y el resto del vecindario a donde sale a buscar alimento cada noche.
Hoy, mirando de nuevo con pesar a mi amigo solitario, noté un ave que en él revoloteaba, me acerqué a la barandilla de la terraza, desde donde está casi al alcance de mi mano, y pude ver un pájaro que había hecho en él su nido aprovechando la protección que sus tupidas ramas, lejos de la ruidosa jauría que al otro lado de la calle disputaba el pan de cada día.
PEQUEÑO POEMA

Soy fruto del coito escondido
del árbol y la piedra.
Blanda y vulnerable carne,
duro y terco corazón.
HISTORIA PARA DORMIR A UN NIÑO
Despuntaba el sexto día. El Creador aún tenía demasiada faena y su mente se distraía pensando en el merecido descanso. Al finalizar la mañana solo había hecho los insectos, se entretuvo demasiado decidiendo cuantas patas ponerle a la araña y si
debía la cucaracha tener alas. Comió con apuro, aún quedaban anfibios, reptiles y mamíferos. También el hombre, a quien pensaba hacer a su imagen y semejanza.

Luego del almuerzo quiso crear un enorme animal, cansado como estaba de pasar toda la mañana lidiando con
minúsculas patas e intentando ensartar pequeñas antenitas en diminutas cabezas. Un animal cuyo pesado paso se sintiera sobre la tierra.
Empezó por una pata, que se posaba con majestuoso diámetro sobre la hierba virgen y se elevaba alta hacia los cielos, el Creador la observaba contento. Entonces lo invadió la duda, ¿cuatro patas o dos?, ¿mamífero o reptil?, ¿carnívoro o herbívoro? Tantas preguntas. El día avanzaba apresurado, no quería desacertar, indeciso se fue al rio a hacer sapos y ranas de todos los colores mientras se le ocurría cómo continuar.
El sol recién nacido se acerca al horizonte, la creación estaba casi completa, solo aquella inmensa pata, que aún se sostenía en pie sobre la hierba, le llamaba solitaria.

El Creador se acercó fatigado e indeciso, y la observó por un momento. De repente, con el más leve movimiento de su mano le dio raíces para sostenerse y le fabricó una hermosa sombrilla que la protegiera del sol y de la lluvia.
Antes de retirarse a descansar la miró de nuevo, ahora adornada con un manto de hojas que acariciaba el viento, y junto a ella, el hombre, que había encontrado reposo bajo su sombra.
- Todo lo que he creado es bueno, dijo el Creador.
JACINTO
Esta tarde vi a Jacinto. ¡Pobre!, su tumor cada día más grande, el enorme peso ya no le deja moverse. Los vecinos que pasean por el parque le miran desde lejos intentando ocultar el asco que les causa.
Yo me acerqué a saludarlo, pude ver el tumor que pululaba, y en lo alto, sus brazos que elevados alababan.







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