IDENTIDAD
- buscandoadiosps
- 14 jun 2022
- 4 Min. de lectura

He desplegado mi orfandad
sobre la mesa, como un mapa.
Alejandra Pizarnik
A Pizarnik llego en mis cuarenta y mucho lo agradezco, llego cuando mi corazón ya no sangra litros y litros, cuando la herida es casi cicatriz y sólo unas pocas gotas, de sangre y lágrimas, se asoman de vez en cuando recordándome que sigo sobre la tierra. En mi biblioteca hay dos libros suyos: la Poesía Completa que heredé de la biblioteca de mi madre y una Antología Breve que tiene más de veinte años siendo ignorada en mis estanterías.
Me gusta pensar que no es casualidad, haber leído su poesía en compañía de las angustias que plagaron mi juventud habría sido contraproducente: mirándome en su espejo habría encontrado un reflejo que juraría mío y en él me habría deleitado hundiéndome más en el oscuro abismo que habitaba, afianzándome en la identidad distorsionada que me había inventado.
Resumir mi identidad con estos términos ignora lo único que verdaderamente soy, ese centro creado por y para el Amor, esa pequeña luz que se cubre de bagaje en su transitar por este sueño que llamamos vida.
Según la biología el hombre es un ser viviente del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos, según la psicología es un individuo que tiene consciencia y que va aprendiendo a través de sus experiencias a sobrevivir. A la filosofía le cuesta más ponerse de acuerdo (¡vaya una sorpresa!) y ofrece toda una gama de conceptos: un ser pensante (Descartes), un ser capaz de autodeterminarse moralmente (Kant), un ser que puede querer (Schiller), un ser capaz de simbolizar (Cassirer) o de elaborar un lenguaje propio (Saussure), un ser capaz de crear, producir y transformar la realidad a su alcance (Marx). Sólo Platón parece asomarse a la posibilidad de que el hombre posea una característica que le permita trascender más allá de su estadía terrena.
Resumir mi identidad con estos términos ignora lo único que verdaderamente soy, ese centro creado por y para el Amor, esa pequeña luz que se cubre de bagaje en su transitar por este sueño que llamamos vida. Pero esa carga, que a veces pesa más de lo que mis piernas creen poder sostener, no estaba allí cuando el Amor me hizo, ni tampoco vendrá conmigo cuando mis pies dejen de sentir la tierra que los sostienen. Sólo esta pequeña luz que soy, y de la cual me olvido por momentos, seguirá su camino eterno cuando despierte de mi sueño terreno y el bulto racional que creí ser por tanto tiempo quede tendido sobre la tierra.
Hoy sé que yo no soy estos pechos a quienes la gravedad ha jugado una mala pasada, ni el cabello que comienza a escasear en mi cabeza, tampoco la frustración que algunos días se empeña en no dejarme, ni el miedo que de pronto me atraviesa.
La búsqueda angustiosa de identidad es palpable en la obra de Pizarnik:
La luz es demasiado grande
para mi infancia.
Pero ¿quién me dará la respuesta jamás usada?
Alguna palabra que me ampare del viento,
alguna verdad pequeña en que sentarme
y desde la cual vivirme,
alguna frase solamente mía
que yo abrace cada noche,
en la que me reconozca,
en la que me exista.
Búsqueda que anhelaba algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro: un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero (…) yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y distorsionaba (…) Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.
A mis cuarenta y ocho entiendo este bagaje que nos cubre como capas de una vestimenta que nos vamos poniendo a lo largo de la vida, ocultando identidad que creemos perdida y por ello buscamos con desesperado ahínco. Hoy sé que yo no soy estos pechos a quienes la gravedad ha jugado una mala pasada, ni el cabello que comienza a escasear en mi cabeza, tampoco la frustración que algunos días se empeña en no dejarme, ni el miedo que de pronto me atraviesa. Yo soy sólo la luz que callada sigue ardiendo, que no perece más seguirá ligera su camino cuando el miedo se haya ido a atormentar a otro.
Pero en mi juventud, como Pizarnik, mi identidad seguía escondida bajo capas de miedo, mi realidad era el sueño de un yo fraccionado, como la imagen infinita de dos espejos enfrentados que insisten en desdoblarnos:
…he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
algo de mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ellas que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
La vida terrena es una búsqueda de identidad que creemos perdida y por la que clamamos, gemimos, gritamos; aunque sigue latiendo sin prisa y sin distancia.



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