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LA SENDA TRILLADA (Mateo 5:3)

  • buscandoadiosps
  • 19 ago 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 29 oct 2023


Charco. M. C. Escher

Aunque lo que escribo pueda acabar en libros o en la red donde otros al leerlo se hagan partícipes de la conversación de una, para mí, la escritura, más que un medio para transmitir ideas, es principalmente un lugar de sanación y de reflexión.


Hace algún tiempo, releyendo las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), me quedé, como siempre, sintiendo que tras cada una de ellas había un universo infinitamente mayor al que yo había logrado vislumbrar. Queriendo meditarlas, me propuse escribir breves historias que pudieran explicármelas mejor.


Hoy quisiera compartir contigo, amigo lector, una de ellas.




Bienaventurados los pobres en espíritu:

porque de ellos es el reino de los cielos.


Mateo 5:3



Su voz ha llamado a mi puerta, yo ya no me empeño en ignorarla dejando a mi espíritu enmohecerse adentro. Cojo mi abrigo y algo de comer para el camino, nunca se sabe cuánto tiempo estaré lejos. Echo a andar.


La senda tantas veces transitada ofrece siempre una nueva experiencia. En ocasiones es realmente escabrosa, mi caminar se hace lento, dubitativo, mi corazón se acobarda, la duda vence. Mi espíritu se resiente por el fallido intento, pero pronto el llamado a la puerta se renueva, ahora con más ímpetu, imprimiendo premura. Sé que no cesará, que debo levantarme e intentarlo de nuevo.


Otras veces el camino es menos arduo, mi pie firme gana terreno con confianza. En esas ocasiones la senda es amiga, ofrece lugar para la reflexión y el sosiego, camino entonces a paso redoblado.


Hoy ha sido un día difícil, al abrir la puerta encontré un sendero oscuro y pantanoso, lo conocía bien, muchas veces había intentado transitarlo. Sin acobardarme cerré la puerta tras de mí y enfilé mis pies hacia el camino.


La senda se hizo cada vez más oscura, tanteaba cada paso para no caer, el miedo a fallar ganaba terreno. Una pequeña luz iluminó mis pasos, espantando tiniebla. Entre las sombras reconocí a la duda que me miraba fijamente con sus ojos sin luz.


La marcha ha sido larga, las piernas empiezan a fallarme, la senda ofrece un cómodo sillón y me invita a sentarme, a darme por vencida.


No puedo detenerme, la sequedad desgarra mi garganta y aún está lejos la fuente que sacia.



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