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LA SOLEDAD DE RILKE

  • buscandoadiosps
  • 14 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 abr


La luz del mundo. William Holman Hunt
La luz del mundo. William Holman Hunt

La obra de Rainer María Rilke en la que he tenido la suerte de perderme, la podría resumir en una súplica al retiro, al silencio, a la lentitud para encontrar el camino a Dios y Su Verdad. Este común denominador en su obra se ha vuelto más obvio para mí con el paso de los años, cuando mi relación personal con Dios ha alcanzado una cierta madurez que me permite comprender mejor de lo que hablaba Rilke y aumentar el goce de leerlo.


La soledad, esa hermosa y magnífica compañera, ha sido desde siempre mi deleite. Cuando de adolescente leía a Rilke invitándome a abrazarla apasionadamente (en Cartas a un joven poeta*) me sentía finalmente comprendida, ¿cómo no hacerlo al leer su invitación?: “…lo único que se necesita es: soledad, inmensa soledad interior. Penetrar en sí mismo y no dar con persona alguna durante horas, es lo que debe tratar de conseguir.” o “Lo que sucede en su interior merece todo su amor; en él debe usted trabajar de algún modo y no perder mucho tiempo ni mucha energía en justificar su actitud hacia los demás.” En medio de los rostros desconcertados de mis familiares, que no entendían la vida sin compañía, Rilke era para mí el más dulce confidente. Sin embargo la soledad acabó jugándome una mala pasada, su inadecuado consumo me llevó por caminos oscuros que no fueron felices.


Ahora entiendo su estandarte como el de aquel que busca en la soledad a Dios, de aquel que ha descubierto que encontrarle significa apagar al mundo.

Hoy, casi treinta años más tarde, cuando me acerco a la obra de Rilke y me enfrento de nuevo a su llamado, lo comprendo de manera distinta —me gusta pensar, sin querer ser irrespetuosa hacia la admirablemente inquisitiva joven que fui, que es la manera correcta—. Ahora entiendo su estandarte como el de aquel que busca en la soledad a Dios —no meramente a la soledad, como lo hiciera yo—, de aquel que ha descubierto que encontrarle significa apagar al mundo. Cuando releo las palabras de Rilke, no sé cómo no me percaté antes: “Del mismo modo que las abejas juntan la miel, nosotros buscamos lo más dulce y lo edificamos a Él. Con lo más insignificante, hasta con la nada (pero sucede por amor). Lo iniciamos; con el esfuerzo y con la calma, con un silencio o con la alegría de la soledad, con todo lo que hacemos solos, sin la ayuda de nadie, comenzamos a Aquel que nunca veremos…”


Los evangelios nos recuerdan que Jesús también buscaba a Su Padre en el silencio, en ellos se recogen numerosos ejemplos de Jesús retirándose del bullicio para poder escucharle plenamente (Lucas 6:12, Mateo 14:23, Marcos 1:35). Si Él, —¡el primogénito de Dios!— necesitaba la soledad para encontrarle, ¿cuánto más la necesitaremos nosotros, amigo lector? Es en la lentitud y en la soledad cuando nuestra relación con Dios se enriquece, pero sólo ello no es suficiente, también necesitamos la disposición de acercarnos a Él y era eso de lo cual mi juventud carecía.

La joven que fui no supo sentarse con Él a la mesa.

William Holman Hunt (uno de los fundadores de la hermandad prerrafaelita, ese grupo de jóvenes británicos rebeldes que con sus pinturas quisieron cambiar la historia del arte), en su cuadro La luz del mundo nos regala una hermosa metáfora. El cuadro muestra la figura de Jesús alistándose a llamar a nuestra puerta, intenta el artista ilustrar el pasaje en Apocalipsis 3:20 “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré en él, y cenaré con él, y él conmigo.” La puerta del cuadro de Holman Hunt carece de tirador, así resalta el artista que Jesús no forzará su entrada, que la puerta solo se abre desde adentro. La joven que fui no supo sentarse con Él a la mesa.


Antes, en mi soledad, sólo yo. Ahora, en el sosiego, Él conmigo.



*Entre 1903 y 1908 Rainer María Rilke (para entonces ya un reconocido poeta) y Franz Xaver Kappus (un joven estudiante que admiraba su obra) mantuvieron correspondencia gracias a la admirable generosidad que tanto habla del gran maestro. Las diez cartas que Rilke le escribiera a Franz están recopiladas en el libro Cartas a un joven poeta. Te lo recomiendo.

 
 
 

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