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MI TORTA PEQUEÑA

  • buscandoadiosps
  • 14 may 2019
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 4 jun 2021

Primera entrada

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Sorpresa del trigo. Maruja Mallo.

He pensado con detenimiento acerca de la primera entrada para el blog, consideraba importante acertar el tema, el tono, el mensaje; quería sonar elocuente, sabia, acertada. Revisé mis archivos tratando de encontrar algo ya escrito que me pudiera ser útil, hurgué mis libros buscando inspiración en los autores que tanto admiro…nada. Finalmente me acerqué a Dios, a quien debí haber recurrido en primera instancia, y Él, con su acostumbrada generosidad, tendió sus manos llenas y no solo me ofreció un tema para la primera entrada de mi blog, sino también una oportunidad para crecer y acercarme a Él un poco más.


En la casa de mi infancia —donde sueños y realidades se entretejen— tuve la dichosa fortuna de hacer vida con la poesía; mi padre, que la amaba profundamente y cuya dislexia le dificultó siempre su lectura, hacía que mi mamá le leyera con frecuencia a sus poetas favoritos, así, la voz chillona de mi madre no sólo deleitaba a mi papá, sino que me enseñó a amar la poesía. Sin embargo, y a pesar de la inevitable familiaridad a la que nos conlleva todo aquello que nos acompaña con intensidad en nuestra infancia y juventud, la poesía es para mi “yo-autora” un género en el que me siento forastera.


En el último par de años he comenzado a escribir poesía con mayor dedicación y es quizás el elemento de mi faena literaria que más me enorgullece, no necesariamente por la calidad de lo que produzco, sino porque siendo un género al que me acerco insegura, dubitativa, es para mí un verdadero milagro verme capaz de producir algo que sea al menos medianamente leíble. Mi esfuerzo me permite tener ahora en mis manos suficientes versos para formar un poemario que pensé enviar a un concurso de poesía mística. Las bases del concurso requieren poemarios de al menos 600 versos que no hayan sido publicados —ni en papel, ni en internet—, tras casi dos años de esfuerzo, el mío suma 583.


El capítulo 17 del primer libro de los Reyes, contiene una historia llena de esperanza, de esas que vale la pena leer y releer porque cada lectura tendrá algo nuevo que ofrecer, esta vez no fue la excepción. Al principio del capítulo, vemos como el profeta Elías le anuncia a Acab (rey de Israel) que habrá una severa sequía. Conociendo Dios el infame corazón de Acab le dice a Elías que se esconda mientras dure la sequía: (9) Levántate y vete a la ciudad de Sarepta, en Sidón, y quédate a vivir allá. Ya le he ordenado a una viuda que allí vive, que te dé de comer. Y son las palabras de la viuda de Sarepta las que hablaron a mi corazón la noche en que buscaba en Dios inspiración para el blog.


... en mi necedad estuve a punto de perder la enseñanza que Dios intentaba darme

La historia nos cuenta de cómo al llegar a la ciudad y encontrar a la viuda, Elías le pide agua, que la viuda se dispone a traerle, pero él la detiene para pedirle también un pedazo de pan, a lo que ella responde: (12)…Te juro por el Señor tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No tengo más que un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre. Lamento reportar, amigo lector, que era esta la actitud que yo pretendía tener para con el poemario que había escrito, pero Dios tenía otras ideas.


Dios ya me había señalado que usara uno de mis poemas para la primera entrada del blog, a lo que mi corazón se oponía. ¡Tras años de trabajo, aún me faltaban versos para siquiera llegar a la cantidad mínima requerida para el concurso —cuya fecha de cierre de acercaba— y publicar un poema online solo perjudicaría las matemáticas de mi dilema! Además, la poesía es un género donde no me siento como pez en el agua y juntar 583 versos que yo considerara dignos de ser enviados a concurso había sido ya un prodigio. En mi corazón, con mis 600 versos comería y después me moriría de hambre. Y en mi necedad estuve a punto de perder la enseñanza que Dios intentaba darme, mi insistencia en enviar el poemario al concurso mostraba mi necesidad de aprobación —de sentirme admirada por otros en el mundo literario— y en mi afán por complacer al hombre estaba dispuesta a negárselos a Dios.


Pero Elías —Dios, en realidad—, no parecía conmovido por las palabras de la viuda —yo, en realidad—, y le contesta: (13) ...No tengas miedo. Ve a preparar lo que has dicho. Pero primero, con la harina que tienes, hazme una torta pequeña y tráemela, y haz después otras para ti y para tu hijo. Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra.

...limpia del miedo, cada mañana, al alba, miraré el horizonte esperando la buena nueva.

¿Y no es el miedo lo que nos hace asumir la actitud de la viuda ante esas peticiones de Dios que nos incomodan?, aferrarnos a lo poco que tenemos y no dárselo a Dios por miedo a quedarnos sin nada, en mi caso miedo a no recibir la aprobación que tanto creía necesitar. ¿Por qué necesita Dios que una viuda pobre entregue su última reserva de harina y aceite para hacerle un milagro?, o ¿por qué necesitó Jesús el almuerzo de un niño para alimentar a una multitud?, ¿no es Él todopoderoso? Estos pasajes nos hablan del poder de la fe que nos limpia, nos invitan a entregar lo que somos, pues no es este un debate acerca del diezmo ni de pertenencias materiales, es nuestra vida entera lo que debemos depositar ante el altar (Pablo hablaba de presentarnos nosotros mismos como ofrenda viva, Romanos 12:1) y libres del miedo, observar el milagro.


¿Qué milagro hará Dios en mi vida —o la de otros— con este puñado versos?, no lo sé, pero limpia del miedo, cada mañana, al alba, miraré el horizonte esperando la buena nueva.


He aquí mi torta pequeña:



DIVINE EXCHANGE

(Isaías 61:3)


Poco o nada valioso he traído conmigo

mas te hago dichoso cuando mi luto entrego.


¿Qué harás con mi arrogancia que insistes obtener?

en mí solo ha dejado desolación y muerte.

¿Qué valor has hallado en esta rebeldía?,

ha sido mi tormento, mi fatiga, mi angustia.


¡Vaya un trueque divino!

yo te doy mis cenizas

tu perfumas mi cuerpo,

me desnudo de angustia

y un manto de alegría

cubre mi desnudez.


 
 
 

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