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PALABRA DE DIOS

  • buscandoadiosps
  • 20 ene 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 21 abr 2023


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Novia con abanico (Extracto). Marc Chagall

Conversaba hace algunas noches con un amado amigo bahaí acerca de lo difícil que resulta a veces discernir, en las escrituras sagradas ─sea cual sea la religión que ha plantado en ella su bandera─, la Palabra de Dios que, como trama y urdimbre, se entrelaza con la del hombre. No es este un sentimiento nuevo, basta leer la historia de cómo el libro que hoy llamamos biblia ─tanto la hebrea como la cristiana─ fue conformado para encontrar multitud de dudas, desacuerdos y querellas entre las autoridades religiosas responsables de establecer los cánones. Daré aún otro ejemplo, uno literario, por supuesto: lo que movió a Tolstoy a publicar su versión del evangelio. En El evangelio abreviado, Tolstoy remueve de la versión de los apóstoles muchos de los aspectos sobrenaturales para enfocarse en las enseñanzas de Jesús; era esta su manera de limpiar de dogma el Amor.


He pensado muchas veces en esto, cómo no hacerlo cuando encuentro en mi biblia pasajes que me hacen dudar si deben llamarse Palabra de Dios, textos en los que la mano del hombre se hace obvia, se delata entre exigencias ritualistas, llamados a la exclusión y requerimientos religiosos; y es ventajoso meditar en ello, pues no exageraba Bahá´u´lláh cuando afirmaba: el hombre nunca tendrá esperanza de alcanzar el conocimiento del Todoglorioso, nunca podrá beber de la corriente del divino conocimiento y sabiduría, nunca podrá entrar en la morada de la inmortalidad, ni tomar del cáliz de la divina cercanía y favor, a menos que deje de considerar las palabras y acciones de los hombres como norma para la verdadera comprensión y reconocimiento de Dios.


El único denominador común que he podido conseguir para reconocer la Palabra de Dios, sea cual sea la escritura sagrada a la que me aproxime, es el misterio que la envuelve, misterio que no se excusa ni intenta explicarse, más bien se contenta con permanecer oculto, insinuado tras velos que no podemos remover.

Así visto, ¿cómo discernir la Palabra de Dios? Yo, ciertamente, no he venido aquí a ofrecer un nuevo canon, ni una versión destilada de las sagradas escrituras, más bien a proponer un lugar común donde quizás todos podamos encontrarnos, un lugar de reconciliación donde brevemente nos demos la mano en señal de acuerdo, antes de retirarnos de nuevo a la esquina donde nuestra bandera ondea y nos reclama:


El único denominador común que he podido conseguir para reconocer la Palabra de Dios, sea cual sea la escritura sagrada a la que me aproxime, es el misterio que la envuelve, misterio que no se excusa ni intenta explicarse, más bien se contenta con permanecer oculto, insinuado tras velos que no podemos remover. La Palabra de Dios es siempre misteriosa, reside en el misterio, por eso la biblia está llena de parábolas y poesía (los únicos recursos que tiene el hombre para explicar con palabras el misterio), por eso en ella encontramos también pasajes que nos hablan de un Dios que podría resultarnos extraño o inesperado, por su comportamiento poco habitual, distinto al que la religión nos ha enseñado a esperar de Él.


¿Cómo es el Dios de tu cámara nupcial, amigo lector? No el de la iglesia, no el de la asamblea, sino el que se mete contigo bajo las sábanas del misterio.

Pero iré más allá, para afirmar que, de la misma manera, esos misterios se encuentran escondidos en el fondo de nosotros; al fin y al cabo, Dios ha puesto su ley en nuestro corazón y la ha escrito en nuestra mente (Jeremías 31:33). En la intimidad, Dios nos propone verdades que hacen del vivir terreno una quimera, escucharlo adentro es participar de un diálogo secreto de amantes escondidos que se deleitan en descubrirse, que se sorprenden y conocen entre risas y lágrimas.


Simone Weil lo definía como el diálogo de la cámara nupcial:


Cuando auténticos amigos de Dios (…) repiten palabras que han escuchado en lo secreto, en el silencio, durante la unión de amor, y están en desacuerdo con la enseñanza de la iglesia, se debe simplemente a que el lenguaje de la plaza pública no es el de la cámara nupcial.


Esa noche, al volver a casa luego de la siempre edificante charla con mi inquisitivo amigo bahaí, sentí el deseo de buscar entre mis libros algunos ejemplos de esa conversación amorosa envuelta en el misterio de la cámara nupcial; de vislumbrar, quizás por alguna rendija desde donde clandestina observo lo que ocurre a puertas cerradas, el revelarse de un novio que me es, a la vez, familiar y ajeno, que se muestra a su novia como sólo a ella puede mostrarse en la intimidad de su soledad de dos. Toma mi mano, amigo lector, asomémonos juntos a la cámara nupcial de estos amados poetas:



Si todo es falsedad y pesadumbre

y una llama de amor que el tiempo apaga,

¿por qué, Señor, a mi amorosa llaga

el tiempo la transforma en viva lumbre?


Si una costumbre vence a otra costumbre

en momento feliz o en hora aciaga,

¿por qué no encuentro el nudo que deshaga

el nudo de esta cruel incertidumbre?


¿Por qué si caigo y luego me levanto,

caigo de nuevo y ya bañado en llanto

mi sangre en vez de lágrimas enjugo?


Tú me comprendes, Cristo, por ser hombre.

Porque Tú amaste mucho. Y en tu nombre

se hizo el Amor dulcísimo verdugo.


Elio Jerez Valero

(Amor, verdugo Amor)



Dios, eres grande.


Eres tan grande que ya no existo más

con sólo colocarme en tu cercanía.

Eres tan oscuro; mi pequeña claridad

en tu borde no tiene sentido.

Tu voluntad pasa como una ola

y el día se ahoga en ella.


Sólo mi ansia te llega hasta el cuello,

y está delante de ti como el más grande de todos los ángeles:

un forastero, pálido y aun sin redimir

y te entrega sus alas.


No quiere más el vuelo ilimitado

en que las lunas pálidas pasaban flotando,

y de mundos sabe ya bastante, hace tiempo.


Con sus alas, como con llamas, quiere

estar frente a tu rostro sombreado

y quiere ver en su brillo blanco

si tus cejas grises lo condenan.


Rainer María Rilke



Un amante conoce sólo la humildad.


No tiene elección.


Por la noche, penetra furtivamente en tu alcoba.


No tiene elección.


Anhela besar cada mechón de tus cabellos

No te inquietes.


No tiene elección.


En su locura de amor

sólo piensa en romper

las cadenas que le mantienen atado


No tiene elección.


Rumi

(La pasión del amante)



¿Cómo es el Dios de tu cámara nupcial, amigo lector? No el de la iglesia, no el de la asamblea, sino el que se mete contigo bajo las sábanas del misterio.

 
 
 

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