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PASÓ FRENTE A TU CASA DE CAMINO AL CALVARIO

  • buscandoadiosps
  • 17 ene 2020
  • 3 Min. de lectura

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Cristo cargando la cruz. Stanley Spencer

Quizás como yo hasta hace poco, nunca habías oído hablar de Stanley Spencer. Aunque viví en el Reino Unido por muchos años no tropecé allí con ninguno de sus cuadros, pero el impacto que ha causado ahora en mí el acercarme a ellos ─desafortunadamente de manera virtual─ ha sido mucho mayor que el de tantas obras que he tenido la oportunidad de ver en incontables visitas a museos y galerías, por ello anhelo un día poder disfrutarlos sin una pantalla de por medio.


Al pintar a Cristo frente a su casa, Stanley hace de Su sacrificio una cuestión personal, deja Jesús de ser (...) un Dios inalcanzable, una figura misteriosa y ajena, para convertirse en su salvador particular, aquel que de camino a Su sacrificio pasa frente a tu casa para que sepas que también lo hace por ti.

Stanley Spencer nació y creció en un pueblo junto al Támesis: Cookham. Para él, su pequeña villa ─su paraíso en la tierra, como la llamara─ tenía todo lo que podía necesitar para la creación de sus obras: su gente y su cotidianidad fueron musas perfectas, fue Stanley un artista que reconoció lo trascendental en lo cotidiano, en su mundo, sublime y simple fueron siempre sinónimos.


Fue Stanley también un hombre de fe, muchos de sus cuadros imaginan un mundo donde escenas de la biblia, tradicionalmente pintadas como visiones místicas, remotas e inalcanzables para el hombre que las observa, son protagonizadas por sus vecinos y se suceden en los comunes parajes de su pueblo. Uno de esos cuadros, en donde lo familiar le da la mano a lo transcendental, es Cristo cargando la cruz, en él vemos a Jesús, de camino al Calvario, pasar frente a la casa del artista, las calles de Jerusalén son ahora las de Cookham, y sus habitantes los hombres y mujeres que Stanley observaba desde su ventana.


...las magníficas historias del antiguo testamento no narran las aventuras de un pueblo extraño y ajeno, hablan de mí: yo le presté a Jonás la rebeldía que le hizo embarcarse hacia Tarsis, mía es también la arrogancia del Naamán enfurecido frente a la casa de Eliseo y mía la duda de Moisés ante la zarza.

Esta manera de imaginar los pasajes de la biblia, que podría confundirse con un acto de ingenuidad, es síntoma de una elevada claridad espiritual. Al pintar a Cristo frente a su casa, Stanley hace de Su sacrificio una cuestión personal, deja Jesús de ser un hombre que vivió en otro tiempo, en otra cultura, en otra tierra, o un Dios inalcanzable, una figura misteriosa y ajena, para convertirse en tu salvador particular, aquel que de camino a Su sacrificio pasa frente a tu casa para que sepas que también lo hace por ti. Hay aquí una lección esencial, amigo lector, personalizar de esta manera el sacrificio de Jesús nos permite involucrarnos, reconocernos en él, hacerlo también nuestro: no murió por la humanidad, por los buenos, por los pobres, murió por ti, y Su sacrificio se renueva cada día, a diario pasa frente a tu casa y te invita a seguirlo.


De esta misma manera he aprendido a acercarme a la Palabra de Dios, las magníficas historias del antiguo testamento no narran las aventuras de un pueblo extraño y ajeno, hablan de mí: yo le presté a Jonás la rebeldía que le hizo embarcarse hacia Tarsis, mía es también la arrogancia del Naamán enfurecido frente a la casa de Eliseo y mía la duda de Moisés ante la zarza. Al observarme en ese espejo, le permito a mi alma ser barro que el Alfarero moldea con ternura entre sus manos, mientras David espanta mis demonios con su arpa.


Es también la Palabra de Dios una carta de amor escrita por las manos de mi Amado. Soy yo la novia del cantar de los cantares, es a mí a quien habla el esposo apasionado cuando dice “¡Qué hermosa eres, amor mío! ¡Qué hermosa eres!”, soy yo la de los dientes perfectos cual rebaño de ovejas listas para la trasquila, son mis pechos dos gacelas mellizas que pastan entre las rosas y mis mejillas dos gajos de granada escondidos tras mi velo. Sobre mí cae también la misericordia que inspiró el cántico de Ana y cada gota de maná que llovió sobre el desierto llevaba escrito mi nombre.


Es tu turno, amigo lector, acércate a ella como único destinatario, atrévete a leerla como si en ella te miraras, y probarás la miel más dulce y tibia que jamás se haya posado entre tus labios.


 
 
 

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