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PUESTO YA EL PIE EN EL ESTRIBO

  • buscandoadiosps
  • 19 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 10 jun 2021


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León Felipe recitando sus versos en Chapultepec (1967). Hermanos Mayo. Archivo General de la Nación (México), HMAG-2868.

Puesto ya el pie en el estribo es la obra en la que León Felipe trabajaba cuando lo alcanzó la muerte, de la cual solo llegó a escribir ocho poemas. Para complementar este volumen la editorial incluye: Carta a mi hermana Salud, Israel y ¡Oh, el barro, el barro!, las dos últimas escritas también al final de su vida. De esta maravillosa compilación –que hacen de este libro una ventana al pensamiento del vate español cuando es ya consciente de que la muerte le pisa los talones– son las obras anexas las que más disfruto, particularmente Israel, discurso poemático –como él mismo lo llamara– que pronunciara el poeta el 31 de julio de 1967, cuando el embajador de Israel en México le hiciera entrega simbólica de un bosque que en Israel había sido plantado en su honor.


Sin ser experta en la obra de León Felipe, la conocía lo suficiente para esperar de él que retara mi pensamiento cuando me dispuse a leer Israel por primera vez. Basta con leer sólo unas líneas para que el poeta nos confirme por dónde irán las cosas.


En realidad no es ni discurso ni poema. No es más que un juego; un juego de niños y poetas judíos y cristianos donde ni los pontífices de Roma ni los rabinos de Israel tienen nada que decir.

Tal vez para los unos y para los otros no es más que un trabajo herético e inútil y el autor un niño impertinente.


Lleva el poeta una espina clavada en el alma, y sabe –a sus 83 años– que una oportunidad como esta no se repetirá y no tiene intención de desaprovecharla. Pero no es esta una espina de odio que nubla su juicio, es espina de tristeza

Nuestro admirado León Felipe ni tiene vergüenza ni pide perdón y por ello le amamos. Dudo que la audiencia aquel último de Julio supiese lo que le esperaba: el poeta fue a recibir regalo con escopeta y tras unas breves palabras de agradecimiento…


¡Israel! Me has regalado un bosque de árboles. De sauces. Supongo que es de sauces… De sauces llorones… Porque este ha sido siempre tu árbol nacional. (…) También a mí me gustan los sauces. Gracias por tu bosque de sauces


...da comienzo a la batalla:


Graba ahora, Israel, en uno de ellos, en el primero, en el que abre fila, estos versos míos: «Israel, tienes la mejor colección de lágrimas del mundo».


Lleva el poeta una espina clavada en el alma. Sabe –a sus 83 años– que una oportunidad como esta no se repetirá y no tiene intención de desaprovecharla. Pero no es esta una espina de odio que nubla su juicio, es espina de tristeza, por ello comienza dejando claro su amor por Israel.


Israel… yo soy español (castellano). Todos lo sabéis. No soy judío. No nací en Israel. Todos lo sabéis también. Pero soy amigo, hermano de Israel desde que nací (…) porque la tierra de Israel es tan mía como la misma tierra en que transcurrió mi infancia. Y la topografía y el paisaje de Israel son tan míos como de cualquiera de los miles y millones de niños judíos.


Quizás piensas, amigo lector, que el poeta exagera para seducir al enemigo, adormecerlo antes de asestar el primer golpe. No es este el caso, su clamor es genuino, y es quizás también el tuyo, ciertamente es el mío, estas palabras suyas te explicarán porqué:


Con la misma historia, con los mismos cuentos, con las mismas escenas (…) con que han arrullado y han dormido a los niños judíos, me han arrullado y me han dormido a mí. (…) Con el Viejo Testamento nos han alimentado a todos los niños del mundo occidental. (…) los primeros cuentos que yo conocí eran las vicisitudes del pueblo de Israel. La historia sagrada que me enseñaban era para mí, entonces, la historia universal. (…) Mis primeros héroes fueron Abraham, Jacob, Esaú, Ruth, Raquel, Judit… Moisés me era más familiar en aquella época que Homero.


El alma enamorada del poeta se levanta, toma su mejor arma –la palabra– y ataca con estrépito. Desborda su pasión el dolor de ver al amado maltrecho, humillado. La amante, ciega de dolor, carga contra el enemigo. Lo que ahora oímos es, en realidad, el llanto de la Magdalena al pie de la cruz.

Pero llega el momento de explicar su tristeza, de mostrar a la audiencia la herida abierta que aún sangra, de decirles: pongan aquí sus dedos, metan aquí sus manos, bienaventurados los que no vieron y creyeron. Es esta la fuente de su dolor: su amada Israel, la de su niñez, la de Abraham y de Moisés, la de los profetas, no supo llorar al último representante de su dinastía de profetas, Jesús de Nazaret, es esto lo que viene a reclamarle al pueblo que ese día le regalaba un bosque.


Israel, no defendiste a Cristo como profeta, como el Gran Profeta, como la voz más sonora y mejor templada de Israel. Y hasta ahora de todas las voces del mundo. Si vosotros creísteis que no era Dios, era, por lo menos, el camino para llegar a Dios, el único camino por donde encontrarle.


Me enternece leer al viejo poeta que con el pecho abierto nos muestra su corazón herido, que en su dolor intenta defender a Jesús ante la audiencia –¡cómo si Jesús necesitara ser defendido!–. Es este un discurso movido por la fe, pues solo la fe profunda pretende con sus palabras sacudir una conciencia que lleva dos mil años dormida.


Levanta orgullosamente esta bandera cristiana por primera vez, Israel, y di que el Cristo es tuyo… Y que el mundo que te debe tantas cosas te debe también el haber abierto el único camino para encontrar a Dios.


No nos equivoquemos, no es sólo a Israel a quien ataca, su revancha es contra el hombre, el hombre que desprecia al Dios que le ha creado y que ahora mendiga nuestro amor (como nos contara Cardenal). El alma enamorada del poeta se levanta, toma su mejor arma –la palabra– y ataca con estrépito. Desborda su pasión el dolor de ver al amado maltrecho, humillado. La amante, ciega de dolor, carga contra el enemigo. Lo que ahora oímos es, en realidad, el llanto de la Magdalena al pie de la cruz.


Y ya en el Gólgota… mira cara a cara la cruz. Mírala serenamente y advierte que en ella estás clavado tú, Israel, todos los judíos. Y yo también. Y con nosotros todos los hombres de la tierra.

 
 
 

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