top of page

¿QUÉ HACE AL HOMBRE AMAR A DIOS?

  • buscandoadiosps
  • 22 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 1 jul 2022


ree
Cristo en la casa de Simón. Dieric Bouts

Jesús usaba los más inesperados personajes para darnos Sus vitales enseñanzas; uno de ellos, la mujer que en casa de Simón el fariseo lava los pies de Jesús (Lucas 7:36-50) me ayuda hoy a develar una cuestión a la que mi limitada mente no ha podido dar respuesta: ¿Qué hace al hombre amar a Dios?


El pasaje en el evangelio habla de dos elementos esenciales: la humildad y el perdón, pero antes de comenzar mi reflexión quiero invitarte a que leas la historia en el evangelio de Lucas; anda, amigo lector, yo te esperaré, te prometo que estaré aquí cuando vuelvas, y aun si no retornaras, las palabras de Jesús te habrán sido de mayor utilidad…


…¿ya estás de vuelta?, comencemos.


La arrogancia, mi eterna e invisible enemiga, la gran separadora, persiste a diario con su abanico de mentiras

Sabemos que Dios nos ama (si es esta aún una duda en tu vida, si aún no has podido comprender cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es Su amor –como nos enseña Pablo–, te invito a leer Vida en el amor de Ernesto Cardenal, libro al que espero dedicar algunas palabras en una futura publicación), que nada cambiará nunca esa Verdad, pero ¿cómo logra el hombre amar a Dios? ¿cómo se desarrolla en él un sentir tan profundo por un ser tan intangible? No creo tener todas las respuestas, pero el gesto de aquella que lavó con sus lágrimas los pies de Jesús nos hace indagar que la humildad tiene un lugar de relevancia en esta ecuación.


La arrogancia, mi eterna e invisible enemiga, la gran separadora, persiste a diario con su abanico de mentiras: me asegura que soy auto suficiente, que mi capacidad basta para salir airosa, que tengo control sobre mi vida; me insiste en que poseo la verdad, que mi opinión vale más, que mi mente puede encontrar las respuestas, que Dios –exista o no– no es necesario.


Lamentablemente esta arrogancia no me es exclusiva, la encontramos en tantas actitudes humanas que pretenden vanagloriar al hombre dándole atributos que solo a Dios pertenecen –Unamuno nos lo explica así: "Estás perdido si no despiertas en tus entrañas a Adán y su feliz culpa, la culpa que nos ha merecido rendición. Porque Adán quiso ser como un dios, sabedor del bien y el mal (...). Y desde entonces empezó a ser más que hombre, tomando fuerzas de su flaqueza y haciendo de su degradación su gloria y del pecado cimiento de su redención"–, pero Él nos ama demasiado para abandonarnos en ese lodazal y nos ofrecerá a lo largo de nuestras vidas múltiples oportunidades para que comprendamos lo lamentable de nuestra vulnerabilidad. Mi carne no ha recibido ninguna de ellas con los brazos abiertos, debo advertirles que serán oportunidades que pueden llegar a ser dolorosas, pero valdrá la pena pagar con incomodidad carnal la fianza que nos libere de la prisión del yo, pues es la puerta que debemos traspasar para empezar a aprender a amar a Dios.


Asida a la arrogancia o a la culpa, mi amor hacia Dios se ve mermado, y con él mi capacidad para serle útil y así alcanzar la felicidad.

Aunque el traspasar esa puerta sea no solo importante sino esencial, solo nos adelanta algunos pasos de camino, al otro lado encontraremos un largo sendero plagado de encrucijadas. No es poco común que cuando finalmente reconozco mi pecado –cuando despierto al fin del profundo letargo– me enrede en la maraña de la culpa y quiera redimirme dándome golpes de pecho, permitendo que mis pasos me guíen hacia un laberinto de dolor del que será difícil retornar. Pero retornar debemos, pues el hombre atrapado en este laberinto tampoco ha aprendido a amar a Dios, amarle solo puede generar felicidad, esa sensación de paz inexplicable que te hace al tiempo llorar y sonreír, y nada de eso ocurre en el hombre entregado a la auto flagelación. Salimos del laberinto cuando aceptamos el perdón que se nos ofrece, perdón que es dado sin importar la gravedad del error, perdón que es dado cada segundo gratuitamente, perdón que de inmediato y para siempre borra y olvida toda falta, para nunca volver a recordarla –esto solo se logra con la fe, que es el acto de abrir las manos de nuestros brazos extendidos a Dios–.


Así de radical es Su perdón y así de radical debe ser nuestro empeño en aceptarlo, si nos empecinamos en no dejar atrás el error y llevarlo con nosotros –quizás escondido en un bolsillo para de vez en cuando mirarlo y recordar lo malos que hemos sido, creyendo que es esta una muestra de humildad–, solo logramos que el proceso de sanación nunca cierre su círculo. Nuestra perspectiva solo cambia cuando nos sentimos verdaderamente perdonados, a pesar de la gravedad de nuestro error; seremos entonces capaces de comenzar a apreciar la magnitud de Su amor y como la pecadora que derrama perfume sobre los pies de Jesús, también seremos libres para amarle.


Asida a la arrogancia o a la culpa mi amor hacia Dios se ve mermado y con él mi capacidad para serle útil y así alcanzar la felicidad. Es este un proceso continuo, porque nunca dejaré de errar, porque una voz oscura sigue llamándome desde el fondo del laberinto, pero infinito es Su perdón, que se renueva para nosotros cada día.


 
 
 

Comentarios


Ya no es posible comentar esta entrada. Contacta al propietario del sitio para obtener más información.
Únete a mi lista de correo

Gracias por enviarnos tus datos

© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Blanco Icono de Instagram
  • Youtube
bottom of page