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SOBRE EL DESEO

  • buscandoadiosps
  • 20 jun
  • 3 Min. de lectura
Grabado del Bhagavad Gita en un templo hindú: Krisna lleva el carro de Arjuna. Fotografía de Godong.
Grabado del Bhagavad Gita en un templo hindú: Krisna lleva el carro de Arjuna. Fotografía de Godong.

Para ser todo, no desees ser nada.

Para conocerlo todo, no desees conocer nada.

Para encontrar el gozo de todo, no desees gozar de nada.

 

San Juan de la Cruz

 

No podemos dejar de desear, somos deseo, nos decía acertadamente Simone Weil en su ensayo sobre el Padrenuestro. A desear estamos tan habituados que podríamos pensar que, si se nos pide que dejemos de hacerlo, es como si nos pidieran que perezcamos. Si ello concluyéramos estaríamos en lo correcto, es eso precisamente lo que se nos está pidiendo.

Se un guerrero y mata el deseo, poderoso enemigo del alma, dice Krisna en el Bhagavad Gita, pero no es esta una petición exclusiva del hinduismo, también la solicita Cristo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Este diario proceder se refiere a la muerte del yo, pero lo que ha de morir es tan solo nuestra pequeña personalidad, como la llama Juan Mascaró que no representa prácticamente nada. Alguien, refiriéndose a ello, me dijo una vez que mirar a un santo es como mirar a un muerto, su yo, que como el nuestro es sólo deseo, ha perecido.

A desear estamos tan habituados que podríamos pensar que, si se nos pide que dejemos de hacerlo, es como si nos pidieran que perezcamos. Si ello concluyéramos estaríamos en lo correcto, es eso precisamente lo que se nos está pidiendo.

Haré un breve paréntesis para aclarar que el deseo del que se habla aquí es aquel que nos hace convencernos de que sin aquello deseado no podremos ser felices. Se convierte entonces, lo deseado, en nuestro dios, en un ídolo, y nuestro pensamiento y energía tenderán únicamente a ello, a eso que idolatramos.

Pero matando al deseo se abren otras posibilidades:

Mas el alma que, moviéndose en el mundo de los sentidos, mantiene no obstante sus sentidos en armonía, libres de atracción y aversión, esa encuentra el descanso en la quietud.

En tal quietud se disipa la carga de los pesares, pues cuando el corazón halla la quietud, también la sabiduría encuentra la paz.

Bhagavad Gita 2, 64-65

Los excesos del mundo de los sentidos son producto de nuestro corazón anhelante, que busca sediento y cree aliviarse en ellos. Pero para que el corazón halle quietud deberá alejarse de los excesos, al hacerlo creerá morir pues le niegan aquello que lo dopa, aquello que le hace olvidarse momentáneamente de su orfandad.

Pero matando al deseo se abren otras posibilidades...

Sin embargo, abandonando al deseo, abandonamos también la convicción oculta (y firmemente negada) de que somos incompletos, de que algo nos falta; abandonamos el convencimiento de que lo deseado subsanará esa carencia. Prescindir del deseo implica aceptar (diría más bien hacerse consciente) que bastamos, por eso en ello hay paz.

Pues aquel que abandona todo deseo y renuncia a todo orgullo de posesión e importancia personal alcanza la meta de la paz suprema.

Esto es lo eterno en el hombre, oh Partha. Una vez alcanzado, toda ilusión se desvanece. Aun en la última hora de su vida sobre la tierra, el hombre puede alcanzar el nirvana de Brahman; puede hallar paz en la paz de Dios.

Bhagavad Gita 2, 71-72

Dios nos banaliza al mundo, nada de lo que este ofrezca es ya atractivo cuando Dios nos ha colmado.

Quisiera cerrar este artículo con una advertencia, pues debemos tener cuidado de cómo planteamos esta ecuación. No se abandona primero el deseo para luego tener paz, esa sería la fórmula religiosa y el hombre que se “esfuerza” en hacerlo sólo obtiene frustración. El camino es entregarse a la Divinidad para decir como Pablo: ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí, así no quedará en nosotros espacio para la carencia que es la madre del deseo.

Dios nos banaliza al mundo, nada de lo que este ofrezca es ya atractivo cuando Dios nos ha colmado. Cómo no recordar al cura rural de Bernanos, que, como refiere el Gita, en la última hora de su vida sobre la tierra alcanza el Nirvana y de ello da fe con sus últimas palabras: Todo es Gracia.

 
 
 

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