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UN PASEO POR LOS INFIERNOS

  • buscandoadiosps
  • 17 feb 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 29 oct 2023


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La barca de Dante. Eugène Delacroix.

Dios no hizo la muerte

ni se alegra destruyendo a los seres vivientes.

Todo lo creó para que existiera.


Sabiduría 1:13-14



Haber crecido bajo una cultura occidental predominantemente católica me aseguró que la idea del infierno no me fuese ajena. Desde pequeña el concepto de ese lugar donde terribles castigos eran infligidos eternamente a sus habitantes, fue cementado en mi inconsciente por la sociedad en la que crecí.


Con el paso de los años me he ido topando con otras maneras de ver la vida después de la muerte física y las consecuencias de nuestro caminar sobre la tierra. Ese lugar caricaturesco, del cual El Bosco fue verdadero maestro cuando de detallar sus parajes se trataba, muta ante mis ojos. Me paseo, como Dante, por un Hades que se abre cual gradas de un anfiteatro, salto de una a la otra y mis ojos observan paisajes muy distintos.


En la primera grada me acompaña el mismo Dante, pues es este su infierno, el del castigo eterno. Acongojado me muestra sus recovecos a los que él hubiera preferido no regresar. Encontramos suicidas hechos troncos cuyos ayes resuenan sin descanso, glotones custodiados por el infernal Cerbero e iracundos sumidos en las hirvientes aguas de la laguna Estigia. De lejos saludamos a su maestro, atrapado eternamente en este infierno por haber nacido en el siglo incorrecto. La humanidad entera parece destinada a habitarlo, yo ciertamente veo mi reflejo en cada alma con la que me tropiezo. A la salida, mientras me despido de Dante con un beso, veo a la religión sentada junto a la puerta: vieja enjuta y gris que con sus manos teje sin reposo la inmensa tela que forma este abismo de dolor.


yo soy Misericordia y ustedes mis hijos, pero ustedes no han querido conocerme y a la hora de su muerte me acusan.

Espantada, doy un salto mortal para ascender a la siguiente grada, que ofrece otro destino para el alma. Allí me espera Rilke y juntos caminamos entre millones de velas extintas, nada se escucha, el silencio hiere. Desde nuestros pies hasta el lejano horizonte, un mar de velas gastadas de variados tamaños colma este recinto, algunas pudieron consumirse casi por completo antes de que su llama se extinguiera, otras aún conservaban su cuerpo de cera casi intacto cuando su fuego desapareció. En la bóveda leo: YO SOY salva. El infierno del no-ser, pienso, la ausencia del ser que Dios da, llama extinguida. Rilke, con los ojos cerrados, rompe el silencio orando junto a mí:


¿Qué harás, Dios, cuando yo muera? Soy tu jarra (¿cuándo me destroce?) Soy tu bebida (¿cuándo me descomponga?) Soy tu traje y tu oficio, conmigo pierdes tu sentido. Después de mí no tendrás casa donde palabras cercanas y cálidas te saluden. Se cae de tus pies cansados la sandalia de terciopelo que yo soy. Tu gran manto se suelta. Tu mirada, que recibo cálido con mi mejilla como la almohada vendrá, me buscará por largo rato - y al ponerse el sol, se acostará en el regazo de piedras extrañas. ¿Qué harás, Dios? Tengo miedo.


Un hermoso coro me eleva a la siguiente grada, donde la apocatástasis es realidad, donde el castigo eterno no es posible pues requiere un dios vengativo que no se ajusta a la imagen de Aquel lleno de misericordia que nos cuentan las páginas del nuevo testamento, el dios de la venganza no puede sostenerse bajo este teorema. Aquí mora el lobo con el cordero y el leopardo con el cabrito se acuesta; el becerro, el león y la bestia doméstica andan juntos y un niño los pastorea; el niño de pecho juega junto a la cueva del áspid y el recién destetado mete su mano en el nido de la víbora. Aquí encuentro a Unamuno que, parado en el borde de la grada para que lo escuchen desde los infiernos inferiores, vocifera:


¿Qué sabemos nosotros, pobres mortales, lo que son el bien y el mal vistos desde el cielo? ¿Os escandaliza acaso que una muerte de fe abone toda una vida de maldades? ¿Sabéis acaso si ese último acto de fe y de contrición no es el brotar a la vida exterior, que se acaba entonces, sentimientos de bondad y de amor que circularon en la vida interior, presos bajo la recia costra de las maldades? Y ¿es que no hay en todos, absolutamente en todos, esos sentimientos, pues sin ellos no se es hombre? Sí, pobres hombres, confiemos, que todos somos buenos. ¡Pero es que así no viviremos nunca seguros! —exclamáis— ¡con tales doctrinas no cabe orden social! Y ¿quién os ha dicho, apocados espíritus, que el destino final del hombre se sujete a asegurar el orden social en la tierra y a evitar esos daños aparentes que llamamos delitos y ofensas? ¡Ah, pobres hombres!, siempre veréis en Dios un espantajo o un gendarme, no un Padre, no un Padre que perdona siempre a sus hijos, no más sino por ser hijos suyos, hijos de sus entrañas, y como tales hijos de Dios, buenos siempre por dentro de dentro aunque ellos mismos ni lo sepan ni lo crean.


…los de abajo parecen ignorarlo. Este vino joven no puede verterse en cueros viejos.


Retorno de ultratumba y me pregunto, ¿no será que aquel Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, que se desprende del grito del Jesús crucificado, era una ironía de Dios?, como si Dios, remedándonos, quisiera decirnos: así se comportan ustedes aun estando libres de culpa y aun teniendo la salvación entre las manos, pues yo soy Misericordia y ustedes mis hijos, pero ustedes no han querido conocerme y a la hora de su muerte me acusan.

 
 
 

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