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UNA APROXIMACIÓN A LA EXPERIENCIA MÍSTICA

  • buscandoadiosps
  • 16 dic 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 mar 2023


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Iniciación a los misterios de Eleusis. Alamy stock photo

Hoy, por una de esas poco comunes casualidades, estoy sola en casa. Hoy no ha parado de llover. La soledad y la lluvia me invitan a enlentecer. Reviso con parsimonia mi cuaderno de notas y tropiezo con las que tomara durante la primera clase del taller de Armando Rojas Guardia: Mística y poesía, una aproximación orgánica, en el que, a modo de introducción, el poeta nos hablaba de la experiencia mística. Hoy me detengo a escucharle de nuevo.


Cuando me libero de la prisión mundana, vislumbro a Dios en el viento que con suavidad acaricia el árbol sin nombre que habita mi jardín, en los tímidos rayos de luz matutina que entran por los cristales anunciando Su día sin estrépitos, sin gritos, sin ruidos rimbombantes que entusiasmen y dopen mi mente...

Armando nos habló de la Grecia antigua y sus expresiones religiosas: la de los dioses olímpicos con sus templos y sus ritos y la de los dionisíacos con sus misterios, nos habló de la experiencia de los iniciados en los misterios de Eleusis y su prohibición explícita de contar lo vivido, nos habló del origen de la palabra “mística”, en el griego, que la asocia con lo incomunicable, nos habló de Deméter, del rapto, del reverdecer… Cerraba Armando su introducción diciendo que la experiencia mística es una experiencia vinculada orgánicamente al silencio, a pesar de que después de los misterios de Eleusis ha habido una larga historia de hombres y mujeres que han gozado y padecido la experiencia mística, sin ninguna prohibición expresa de comunicar lo que han experimentado, todo sujeto humano que la hace sabe que ella es connaturalmente indecible, es decir, su contenido excede las posibilidades expresivas de las palabras; es también una experiencia interior, ocurre en el abismo de la interioridad humana; es inmediata, es decir, acaece sin intermediarios; es impredecible, toma posesión del objeto sin que este lo pueda predecir y es fruitiva, es decir, se goza. Una experiencia que vincula el fondo del sujeto humano con el Absoluto, Dios, el Todo, el Infinito.


Suena inaccesible, ¿no, amigo lector?, pero no te equivoques, la experiencia mística está al alcance de todos, no es exclusiva de los griegos, ni de los iniciados, ni de los santos; no se sustenta en prácticas que se extinguieron con la llegada de la modernidad, no requiere que vivas solo en una ermita para experimentarla ni de sustancias alucinógenas para llegar a ella. Logra la experiencia mística quien se adiestra en el arte de vislumbrar a Dios y ello no se limita a un estado de éxtasis religioso. Si, requiere apagar el ruido del mundo, de alguna manera retirarse, pero hay muchas formas de hacerlo. ¿No está un niño, por ejemplo, perennemente en Dios?, sólo que está en Él de otro modo, no a través del rito religioso sino de la pureza, y es esa su manera de apagar el mundo. La experiencia mística reside también en esa simplicidad infantil de la que habla Jesús, que se deshace de toda presunción y solo acepta, cree, es, no intenta explicarse nada más allá del instante en el que se respira. Desafortunadamente, a medida que nos hacemos mayores, esa capacidad para permanecer impermeables merma, entonces requerimos retirarnos a conciencia, apartarnos para apaciguar nuestra alma sedienta de mundo.


La experiencia mística es fundamentalmente una experiencia transformadora que se sucede en la proximidad de Dios. Ante esta cercanía nuestra alma no puede quedar inmune, muta por el contacto con la Divinidad, acercándose un poco más a esa imagen de la cual es originariamente el reflejo.

Cuando me libero de la prisión mundana, vislumbro a Dios en el viento que con suavidad acaricia el árbol sin nombre que habita mi jardín, en los tímidos rayos de luz matutina que entran por los cristales anunciando Su día sin estrépitos, sin gritos, sin ruidos rimbombantes que entusiasmen y dopen mi mente, con la suavidad de un beso que sin serenidad pasaría desapercibido, llevándose consigo toda su trascendencia. Puedo hallarle también en mis caminatas por el bosque, en el arroyo con su música de agua que resbala entre las piedras, en el canto de las aves, en el pequeño insecto. Le oro con mi escucha atenta, con mi ojo avizor, con el cansancio de mis piernas luego del esfuerzo, que al tiempo agradecen el trabajo y el descanso.


Se me antoja que al maestro le faltó mencionar una característica esencial que se oculta en la experiencia mística: la catarsis que se esconde en lo secreto, en el misterio. La experiencia mística es fundamentalmente una experiencia transformadora que se sucede en la proximidad de Dios. Ante esta cercanía nuestra alma no puede quedar inmune, muta por el contacto con la Divinidad, acercándose un poco más a esa imagen de la cual es originariamente el reflejo. En la experiencia mística se esconde mucho más que sólo el vislumbrar de lo Divino, el alma debe ser transformada, el hombre suspende su mente ─no necesariamente suprimiéndola de sus sentidos, sino del empeño moldeable de lo mundano─ y se la entrega a Dios. Finalmente pone la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Colosenses 3:2).

 
 
 

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