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UNA NUEVA PERSPECTIVA

  • buscandoadiosps
  • 17 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 19 abr 2021


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Efesios 3:17-19 (RVA)

La segunda mitad del antiguo testamento contiene los libros de los profetas de Israel. De ellos nos dice León Felipe que fueron los únicos hombres libres que ha habido en el mundo aunque no hablaron nunca de “libertad”. Hombres encargados de transmitir el mensaje que quemaba en sus corazones, su lenguaje era el de Dios y a Él se debían, su voluntad ya no era suya, una fuerza poderosa instruía sus pasos que con frecuencia encontraban oposición y violencia –anunciar el desastre que desobedecer a Dios acarrea nunca ha sido un mensaje popular–.


Pero estos hombres, que el mundo ni siquiera merecía, estaban también sujetos al peso que nos impone caminar en él, hombres que como Jeremías luchaban interiormente con esa Voz que no podían acallar, que como Jonás debieron doblegarse para salir ilesos y como recompensa conocieron a Dios íntimamente.


De sus libros, uno de mis favoritos es el de Isaías, en parte –debo admitirlo– porque es un libro muy poético, ¿o no es esto poesía?:


¿No has sabido,

no has oído que el Dios eterno, Jehová,

el cual creó los confines de la tierra,

no desfallece, ni se fatiga con cansancio?

Su inteligencia es inescrutable.

Él da vigor al cansado, y acrecienta la energía al que no tiene fuerzas.

Los jóvenes se fatigan y se cansan,

los valientes flaquean y caen;

pero los que esperan a Jehová tendrán nuevo vigor;

levantarán el vuelo como las águilas;

correrán, y no se cansarán;

caminarán, y no se fatigarán.


Isaías 40:27-31


Me disperso, amigo lector, no es de la poesía en la Biblia de lo que vengo a hablarte (¿quizás sea un buen tema para otra publicación?), hablaba del libro de Isaías, que hoy me sirve para proponerte una nueva perspectiva.


Al comienzo del capítulo 41 oímos la voz de Dios convocar a las naciones –no solo a Israel–, las llama a todas para que vengan a conversar con Él de un asunto pendiente, hay algo que aclarar, algo que siglos después de que Isaías pusiera en papel lo que Dios le dictaba, el hombre aún no logra comprender…


¿Quién fue el que hizo aparecer en el oriente a ese rey que siempre sale victorioso? ¿Quién le entrega las naciones y hace que los reyes se le humillen, para que con su espada y su arco los triture y los disperse como a paja? ¿Quién hace que los persiga y que avance tranquilo como si no tocara el camino con los pies? ¿Quién ha realizado esta obra? ¿Quién, desde el principio, ha ordenado el curso de la historia? Yo, el Señor, el único Dios, el primero y el último.


Isaías 41:2-4


Los estudiosos de la Biblia no se ponen de acuerdo respecto a quién es el rey del que habla este pasaje, muchos dicen que es Ciro, algunos que Abraham, a mí siempre me ha parecido que habla de Jesús, pero no vine aquí a discutir teología, tengo algo más importante que tratar: ese rey, sea quien sea, actúa siguiendo la voluntad de Dios y es por ello que avanza tranquilo como si no tocara el camino con los pies; el mundo no lo contamina, tiene el rey sus ojos fijos en la misión encomendada y persigue a su enemigo sin que el miedo le haga vacilar. ¿Cómo no recordar aquel pasaje del evangelio donde vemos a Jesús dormido en una barca en medio de la tormenta, mientras sus discípulos, atentos sólo al viento y a las olas, se llenaban de angustia (Marcos 4:35-41)? Los factores externos no mermaban su paz, porque la vida para Él no estaba afuera, estaba adentro.


Dios tiene la hermosa manía de banalizarnos el mundo, de darnos una perspectiva buena y útil cuando nos retiramos en Él, cuando pasamos tiempo en Su presencia, y es esa la verdadera libertad, habremos ganado la perspectiva de los místicos y los profetas...

Ernesto Cardenal, desde su experiencia monacal, nos habla de ello diciéndonos: El amor es que otro habita dentro de la persona de uno. El amor es una presencia. Es sentirse de otro, y sentir que otro es de uno. El amor es sentirse dos, y sentir que dos son uno mismo.


Es el vislumbrar la magnitud del amor de Dios lo que comienza a cambiar nuestra visión del mundo, lo que nos hace darnos cuenta de su temporalidad e irrelevancia. En la presencia de ese Amor, las inconveniencias de la vida en la tierra pierden sentido, nuestras angustias, que parecen bien fundadas cuando somos testigos de la crueldad del hombre, del sufrimiento, de la injusticia, suenan a quejas de chiquillo malcriado. Ante Su Amor se hacen triviales los mundanos deseos, fútiles los problemas del mundo, absurdas nuestras carencias; comprendemos que lo único esencial es caminar asidos a la mano de Dios.


Si, Dios tiene la hermosa manía de banalizarnos el mundo, de darnos una perspectiva buena y útil cuando nos retiramos en Él, cuando pasamos tiempo en Su presencia, y es esa la verdadera libertad, habremos ganado la perspectiva de los místicos y los profetas, y entenderemos aquello de lo que nos hablaba el autor del libro de los Hebreos cuando decía que somos extranjeros de paso por este mundo (Hebreos 11:13).

 
 
 

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