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GRIS

  • buscandoadiosps
  • 20 oct 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 29 oct 2023


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Hay un pecado: gris llamar a una hoja verde

(pecado en cualquier parte que alumbre nuestro sol).

Y una blasfemia: orar rogando por la muerte,

porque Dios es el único que sabe esa oración.


Hay una sola fe: nada es tan horroroso

que impida que las frutas maduren en los árboles.

Hay una sola cosa que es necesaria: todo.

El resto es vanidad de vanidades.


G. K. Chesterton



Los libros han llegado finalmente, dos semanas son demasiado tiempo para un corazón que anhela. Abro la caja que yo misma precinté y encuentro mi tesoro intacto.


– Los pobres han estado allí sin luz, apretujados por tanto tiempo –le digo a mi marido señalando la caja.


Él, tras el ordenador, responde entre dientes algo que no entiendo.


Ignorándolo, me siento al otro extremo de la mesa con mi anhelado tesoro, dispuesta a disfrutar sus alhajas. Con cada libro sigo el mismo procedimiento: lo tomo con cuidado entre mis manos, estudio con atención su portada, lo abro, lo huelo, me detengo al azar en alguna de sus páginas, leo, sonrío, brinco sin plan hasta otra página, leo de nuevo, soy feliz.


– ¿No te parece fabuloso el olor de los libros viejos? –digo continuando la conversación con mi esposo, ya convertida en monólogo; esta vez no recibo ni siquiera una pretendida respuesta, tras el ordenador él intenta terminar lo que está haciendo mientras yo dejo que el azar escoja las palabras.


Una colorida portada captura mi mirada, rombos rojos y verdes, como un traje de arlequín, decoran los versos de Chesterton. Lepanto y otros poemas. Leo entusiasmada.


No me oiríais palabras de desdén

ni una palabra lastimera,

si encontrara la puerta de ese mundo,

si naciera.


Me detengo. Releo. Mi mente repite para sí: palabras de desdén, palabra lastimera. Me suspendo un instante dejándolas entrar, observo en silencio lo que quieren decirme. Luego de unos segundos dejo que mis dedos me lleven con su juego a otro poema: Eclesiastés.


Hay un pecado: gris llamar a una hoja verde

(pecado en cualquier parte que alumbre nuestro sol)…


Mi esposo se levanta repentinamente y veo en su rostro la premura que el ordenador había estado ocultando.


– Listo –me dice–, vámonos que llegaremos tarde.


Yo lo miro aún abstraída, sin entender muy bien de lo que habla, con la mente todavía rumiando los versos de Chesterton. Él, notando los libros desordenados sobre la mesa y la caja aún llena de ellos, me dice sonriendo.


– Nunca nadie necesitó tanto tiempo para vaciar una caja; venga, debemos irnos ya.


Me levanto sin querer despedirme de mi pequeño arlequín, que antes de irme me susurra de nuevo: gris llamar a una hoja verde.


La tarde rápidamente se convierte en apuros y rutina. Mi hijo adolescente se monta en el coche y cerrando la puerta exclama con rudeza; siempre me buscáis tarde, siempre. Gris, susurra el arlequín en mi cabeza. Mi esposo pone el coche en marcha, pero un motorista le corta el paso haciéndole maniobrar para evitar un choque, el motero sigue su marcha, mi esposo lo insulta sin que él lo sepa; son unos imbéciles, me dice, deberían fusilarlos a todos. Gris, repite el arlequín. Ya en casa, mi hija le reclama a su hermano el que usara sus cosas sin permiso; no toques mis cosas, le grita, te lo he dicho mil veces. Gris, murmura el arlequín. Yo me encierro en mi estudio harta de tanta queja, sobre la mesa, Chesterton, vestido de arlequín, me reta.

 
 
 
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